Secretos Familiares

Me costó mucho conciliar el sueño a raíz de lo ocurrido en la cena familiar. La bronca e indignación que sentía hervía en mi interior, y me parecía inaudito lo que la abuela Mae había dicho. Así que según ella, el hecho que una mujer tenga senos grandes era una clarísima evidencia que había sido abusada de niña… Pero que estupidez… Logré dormirme luego de sufrir un ataque de acidez estomacal producto de mi ira, y cuando estaba logrando entrar en un sueño profundo, me despertaron unos golpes suaves pero firmes en la puerta. Toc, toc, toc... Luego silencio... Quizás había escuchado mal así que simplemente cerré los ojos e intenté volver a dormirme.

Toc, toc, toc...

No era mi imaginación, alguien estaba golpeando la puerta de mi habitación, me incorporé y restregué mis ojos mientras intentaba desperezarme... Toc, toc, toc, otra vez.

—Ya voy —mascullé de mala manera, pero luego recordé que estaba en Irlanda, así que repetí lo que dije anteriormente en inglés. Acomodé un poco mi cabello que ya estaba con su rebeldía de todas las mañanas y abrí la puerta mientras rechazaba un bostezo; del otro lado de la puerta me observaba mi madre, estaba como yo, ojeRose y con sus cabellos revueltos por todos lados, me sonrió con amabilidad.

—Parece que tú también tienes problemas con el jetlag —susurró con una sonrisa, me acarició el rostro con dulzura—. Es hora de bajar a desayunar, cariño.

—¿Qué hora es? —pregunté mientras me desperezaba y me dirigía hacia el equipaje para buscar un conjunto de ropa limpia.

—Son las nueve de la mañana de la hora local —respondió mi madre. Gruñí, eran cinco horas menos en casa, deseaba volver a meterme en la cama y dormir todo el día pero sabía que eso no iba a caerle nada en gracia a la abuela de mi novio, así que le dije a mi madre que bajaría una vez que me arreglara. Pese a que sabía que Mae no veía con buenos ojos a las mujeres que usaban jeans tomé unos y me los calcé; si ella ya aseguraba que una mujer pechugona era una niña abusada poco y nada me importaba lo que piense de mi por usar pantalones de mezclilla. Así que me vestí con un look grunge que seguramente la escandalizaría e intenté ocultar un poco mis ojeras con maquillaje, pero no importaba lo que hiciera, todavía se notaban, me peiné mi castaño y largo cabello en una coleta y luego bajé las escaleras.

En el salón comedor estaba mi padre conversando animadamente con el abuelo Rick, se escuchaba la voz de Kentin y su abuela riendo mientras cocinaban, estaba muy dolida con él por haber permitido que me dijera zorra así que me fui a sentar en un sofá; al hacerlo un perrito blanco, de patas cortas, chaparro y bigotes largos hechos con su pelaje apareció, era un Terrier escocés, que me movía su cola amigablemente saludando.

—Hola, ¿quién eres tú? —pregunté mientras le acariciaba las orejas.

—Es Winston III —dijo Rick mientras se acercaba un poco inseguro en su caminar—, o mejor conocido por mis nietos como “Winny”.

—Me gusta Winston —dije mientras Winston me miraba con sus ojos pequeños, como nueces.

—¿Qué vas a hacer hoy, Annie? —preguntó Rick mientras se sentaba con dificultad en el sofá, a mi lado.

—Nada en especial —le respondí, Winston se acomodó en mi regazo.

—¿Te gustaría acompañar a este viejo decrépito a un torneo de ajedrez? —Preguntó con su sonrisa dibujada en una fina línea, yo le sonreí.

—No es decrépito y sí, me encantaría acompañarlo —accedí con gusto, al menos el abuelo era muy simpático y accesible, no como la Reina. En ese momento entraron Kentin y Mae. La mirada que la abuela de mi novio me dirigió fue mortal: Era obvio que no estaba de acuerdo en los pantalones que estaba usando, ni en mis zapatillas Converse o en la camisa a cuadros holgada,  arremangada y anudada al frente, yo la miré desafiante, y en vez de decirme algo dirigió su reto a su esposo.

—Richard, te he dicho un millón de veces que no dejes que Winston se suba a los muebles —masculló Mae mientras dejaba la bandeja con varias tazas humeantes en la mesa, entorné los ojos. «No soy un mueble», pensé.

Kentin me miró y me sonrió, pero le desvié la mirada y me concentré en seguir acariciando a Winston. Mi madre y Thomas bajaron y nos reunimos a la mesa a desayunar, Mae había preparado el mismo té para todos, yo honestamente prefería café.

—Disculpe, Rick. ¿Tiene café para convidarme? —pregunté con amabilidad pero Mae habló.

—En esta casa no hay café, Annie, solo té —dijo con dureza, yo levanté una ceja.

—Desde que me operaron del corazón que me han prohibido que fume y beba café —me explicó Rick con dulzura—. Así que Mary se encargó de que no haya nada de esas cosas en esta casa, aunque bien sabe Dios lo mucho que deseo una buena taza de café humeante en las mañanas, no tanto un cigarrillo pero sí una excelente taza de café.

Yo me presioné el puente de la nariz mientras Mae y Rick iniciaban una discusión sobre la salud del anciano y lo mucho que a Mae le había costado; terminé de beberme ese asqueroso té, di gracias por la comida mientras levantaba mi taza y regresé a mi habitación a seguir durmiendo. Abrí la puerta y arrastrando los pies me dejé caer en mi cama, cuando quise cerrar los ojos volvieron a tocar la puerta; rezongando entre dientes, me levanté y abrí la puerta, allí estaba Kentin, como mala cara y de brazos cruzados, yo parpadeé.

—¿A qué viene todo ese maldito comportamiento que realizaste anoche en la cena y hoy? —preguntó, yo volví a parpadear, aturdida e incapaz de comprenderle.

—¿De qué hablas? —pregunté.

—De tu actitud, Annie, de eso hablo —me respondió—: De tu actitud de m****a de salir corriendo en la cena y hoy dejar la mesa en pleno desayuno familiar, ¿acaso tus padres no te enseñaron modales?

Yo blanquee los ojos mientras me volvía a tumbar en la cama.

—¡Te estoy hablando, m*****a sea! —dritó Kentin, si algo no soportaba era que me levante la voz como si fuese uno de los reclutas de su pelotón.

­—Primero que nada, me bajas el tono de voz, cretino —le dije mientras me ponía de pie y lo enfrentaba—. Que aquí no eres el Sargento O’Connor, eres mi prometido y futuro marido y a mí me debes respeto.

—Te respetaré en la medida que me respetes a mí y a los que forman parte de mi familia.

—Pues entonces ve y muéstrale los dientes a tu abuela, si te atreves.

—¿De qué carajos estás hablando?

—¡Pues que ella me faltó el respeto primero y no hiciste nada! ¿Cómo no quieres que me vaya de la mesa si tus abuelos se ponen a discutir o si tu abuela asegura que fui abusada de niña sólo por el tamaño de mis senos?

Kentin se envaró.

—Ella no... No quiso... Estás exagerando las cosas—dijo Kentin, quitándole importancia a mi comentario, no pude evitar dejar salir una risa de incredulidad—. Tienes que entender que ella viene de otra época, de una crianza sumamente machista donde las mujeres muy pechugonas sólo podían trabajar en un burdel o ser una rompe hogares, y porque en ese momento pensaba que toda mujer que elegía ese camino era porque había sufrido un abuso.

—Vamos, sigue tratando de justificar lo injustificable —gruñí con una sonrisa irónica—. Tan sólo di «mierda, amor… Mi abuela sí que la cagó. Te pido disculpas por no defenderte». No te van a quitar la medalla al mejor recluta por eso.

—Ya te dije que no lo dijo en serio. No tiene la culpa de que la hayan criado así, Annie— dijo Kentin con cara seria, yo no pude evitar reírme pues me parecía la excusa más patética que había escuchado en mi vida, pues siguiendo esa misma lógica de pensamiento había que perdonar las atrocidades de todo el mundo que haya sido criado en un ambiente poco favorable. Kentin se apretó el puente de la nariz, molesto— Esta bien, ¿sabes qué? Haz lo que quieras, mi abuela no tiene nada contra ti, así que deja de montarte la película que estas montando.

—Entonces dile a tu abuela que deje de audicionar para el papel de bruja —le respondí, mi prometido frunció el ceño y salió de la habitación, dando un portazo.

Acompañé al abuelo Rick a su torneo de ajedrez, era en un viejo pub irlandés donde todos los martes era exclusivo para su grupo de amigos.

—El nieto de uno de mis amigos es el dueño del pub. —me contó Rick mientras entrabamos al local, se llamaba “Shamrock”, era un lugar cálido, donde la madera oscura y lustrada era la protagonista, había una barra con varios taburetes, un video juego a fichas del Pac—Man, mesas y sillas haciendo juego con la madera, un poster de Bono y otro de AC/DC y varias fotos—. Así que gracias a él nos juntamos aquí todos los martes a jugar unas partidas de ajedrez acompañados por una Guinness y cacahuates.

—Creí que Mae no lo dejaba tomar alcohol —dije con una sonrisa pícara.

—No, no me deja, por eso será nuestro secreto —susurró y me guiñó un ojo mientras sacaba la punta de la lengua.

En el fondo del local estaban esperándolos sus amigos, abuelos de su edad muy animados, se notaba que los años no les había alcanzado el alma; al principio me pareció entretenido ver como aquellos viejitos se estuvieran disputando Europa en ese tablero a cuadros blanco y negro pero luego me aburrí y fui a probar suerte con el Pac—Man; sin embargo no tenía fichas y no sabía cómo funcionaba, de repente una mano golpeó dos veces el costado de la máquina y esta instante ya estaba lista para que juegue.

Me giré y vi a un muchacho de más o menos unos treinta años, de estatura media pero hombros y espalda anchos, al parecer jugaba al rugby o algún otro deporte de alto impacto, tenía el cabello negro, un poco largo y rizado, ojos azules, nariz un poco prominente y barba de tres días que le cubría desde los pómulos hasta debajo del cuello.

—Hay que ser un poco rudo con ella desde que una ficha se quedó atascada dentro —rio con un acento irlandés bien marcado.

—Gracias —le dije con una sonrisa, inicié la partida y mientras me divertía, ese sujeto me observaba de cerca, haciéndome poner incómoda.

—No eres irlandesa, ¿no es así? —preguntó el muchacho, yo le dirigí una rápida mirada de soslayo.

—No, no soy de aquí —le respondí y le conté de donde era—. ¿Cómo te diste cuenta de que no soy irlandesa?

—Fácil, todas las chicas irlandesas comprometidas usan el anillo de Claddagh en la mano izquierda —respondió mientras señalaba mi anillo de compromiso, el cual era un hermoso diamante—. Tú, en cambio, usas una joya.

—¿El anillo de Claddagh? —repetí, curiosa por saber que era.

—Es una de las más antiguas y románticas tradiciones de aquí —me respondió—: Simboliza el amor y la amistad eterna, observa.

El muchacho extendió su mano derecha y vi que llevaba un anillo de plata, eran dos manos sosteniendo un corazón coronado.

—La persona que lo lleva en la mano derecha, mirando hacia afuera, está soltera —explicó mientras se sacaba el anillo y se lo colocaba, esta vez, mirando hacia adentro—. Si lo usas de esta forma, indica que tu corazón está ocupado.

Yo miré el anillo, embobada por lo hermoso y romántico que era, y me pregunté si Kentin realmente deseaba que forme parte de su vida, de su cultura y, allí estaba mi mayor duda, de su familia.

—Me llamo Gaeil, por cierto —se presentó mientras me extendía la mano como saludo.

—Annie —dije mientras se la tomaba.

—¿Y quién es el afortunado, Annie? —preguntó, con media sonrisa.

—Kentin O'Connor —respondí mientras mis dedos jugueteaban nerviosos en mi anillo de compromiso.

—Sí lo conozco, es un buen chico —dijo, se estiró y luego se dirigió a la barra—. Debo volver al trabajo, avísame cuando te cases.

Yo parpadeé sorprendida ante este pedido.

—¿Por qué quieres que te avise? —pregunté.

—Porque es de buena suerte que te felicite un hombre que no es de tu círculo de amigos —rio Gaeil y se perdió tras una cortina de cuentas de madera.

Me sorprendió lo buena onda que había sido conmigo, pese a que no me conocía de nada. Seguramente era amigo de Kentin, aunque me gustaría saber qué hacía mi novio frecuentando a un hombre de treinta años y por qué jamás me había comentado que tenía amigos aquí. Posiblemente sea un primo suyo, aunque no recuerdo haberlo visto en la recepción que nos hicieron en casa de sus abuelos.

Al regresar a la casa de la abuela Mae busqué a Kentin para contarle lo sucedido, estaba sentado en una silla del jardín disfrutando un poco del aire fresco.

—Ya volví —le dije mientras me sentaba a su lado, él me saludó con un gruñido.  ¿Acaso seguía molesto?—. ¿Estás bien?

Él no respondió, sólo se limitó a decir que sí con la cabeza, yo me crucé de piernas y brazos, molesta.

—¿No vas a preguntarme como nos fue? —pregunté mientras lo miraba.

—Seguramente vendrá mi abuelo a contarme —masculló. Chasqueé la lengua, molesta y me levanté, dejándolo solo. Cuando estaba entrando en el salón para dirigirme a mi habitación apareció el abuelo Rick.

—Annie, ¿a qué viene esa cara de asesina? —preguntó divertido.

—Nada, es sólo Kentin que continua molesto —suspiré mientras lo señalaba con la cabeza—. Ni siquiera me preguntó cómo me fue, y yo que quería preguntarle de dónde conoce a Gaeil.

El abuelo Rick se envaró y por primera vez vi que tenía miedo en los ojos.

—No le digas ni una palabra que conociste a Gaeil —me advirtió en un susurro, yo parpadeé sorprendida y levanté una ceja.

—¿Acaso son enemigos? —quise saber, el abuelo Rick meneó la cabeza de lado a lado.

—Peor que eso —respondió—: Gaeil es el medio hermano mayor de Kentin.

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