Los hermanos sean unidos

Bajamos la colina de Brai a toda velocidad. El viento volvía a azotar mi rostro y mi cabello se movía con violencia a mis espaldas, me aferraba a la chaqueta de Gaeil para no caerme de esa máquina mortal, sólo rogaba que mi cuñado sea realmente para conducir porque no quería terminar con la mitad de mi cuerpo destrozado por el pavimiento.

Dudaba que Kentin esté ya en casa de sus abuelos, pero aun así Gaeil entró la Harley al garaje. Me ayudó a descender, pues de los nervios del viaje me había paralizado. Entró a casa y llamó a su abuelo, Rick salió de la cocina con una taza de café en sus manos.

—¡Eso sí que fue rápido! —exclamó, asumiendo que la premura con la que habíamos regresado—. ¿Qué tal se comporta la vieja Betsy?

—¿Ya llegó Kentin? —preguntó, sin prestar atención a lo que su abuelo había dicho. Rick negó con la cabeza.

—No, aún no, ¿por qué? —quiso saber Richard.

—¿Recuerdas la bicicleta en la que Kentin se accidentó en la colina? —quiso saber Gaeil, el anciano asintió—. ¿Dón
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