Dante
Entro en la cocina justo cuando escucho a Lucía hablando en voz baja con Francesca. Su tono es vacilante, lleno de dudas y algo que suena peligrosamente a miedo.
No planeaba intervenir, pero las palabras “mi exmarido” y “Nico” atrapan mi atención como un anzuelo.
Me detengo en seco, observándolas desde la sombra del marco de la puerta.
Lucía se mueve inquieta, sus manos jugando con el borde de su blusa mientras busca las palabras correctas.
Francesca, por otro lado, permanece estoica, aunque es evidente que también está preocupada.
Avanzo un paso, dejando que el sonido de mis zapatos contra el mármol anuncie mi presencia.
—¿Qué es lo que no sabes si debes decirme, Lucía? —mi voz corta el aire como un cuchillo.
Lucía gira la cabeza tan rápido que casi pierde el equilibrio. Sus ojos se abren de par en par, y su rostro se tiñe de una mezcla de sorpresa y pánico. Francesca, siempre perceptiva, da un paso atrás, dejándola sola en el fuego cruzado.
—Yo… no… no es nada impor