Corazones Grises - El reencuentro
Corazones Grises - El reencuentro
Por: kesii87
Prefacio + Capítulo 1

5 años después…

En el jardín de una bonita casa junto a la playa de Conil, un pequeño niño de unos cuatro años de edad, con el cabello rizado y oscuro, algo alborotado, de piel morena jugaba con su abuelo, sobre la arena, intentando alcanzarle, con una amplia sonrisa en el rostro.

Mientras, sobre una de las sillas una mujer de cabello oscuro y piel morena, descansa, con la cabeza apoyada sobre la pared, mientras los recuerdos inundan su mente…

Cinco años atrás, en una gasolinera, un hombre árabe es disparado y cae al suelo, mientras la policía le coloca las esposas y se escucha a una mujer gritar de dolor.

La risa de aquel niño hace que abra los ojos, que todo el dolor quede atrás, aquel pequeño niño corre hacia ella, con los brazos abiertos, provocando que aquella mujer, mire hacia él con una amplia sonrisa en el rostro.

  • Mami, mami – grita el niño llegando hasta ella, para luego abrazarla con fuerza – me ha encantado el regalo de cumpleaños – aseguró divertido, mientras movía la cabeza hacia la playa, para luego ser aupado por su madre y colocado sobre su regazo.
  • Me alegro de haber acertado, mi amor – aclaró la mujer, mientras el niño volvía a reír.

Se volvió hacia ella y echó los brazos sobre el cuello de su mamá, para abrazarla con fuerza, mientras ella le abrazaba también, oliendo su agradable olor.

Y como ya debéis de adivinar, aquella mujer, aquella mamá abrazada por su hijo, era yo.

Capítulo 1

Caminaba por la agradable playa de Conil, con la mano cogida a la de mi pequeño Amîr (príncipe), mientras sentía las olas llegar a la orilla y mojar mis pies.

  • Mami – me llamó mi pequeño, mientras yo miraba hacia él – dime otra vez por qué me llamo Amîr.
  • Porque tu nombre significa príncipe, y tú eres mi pequeño príncipe – aseguré, provocando que el niño sonriese para luego mirar hacia las olas, y reír de nuevo.

Era un niño realmente alegre, siempre estaba feliz, siempre reía por todo, y era tan sincero y bueno que casi parecía irreal que algo como él hubiese llegado a mi vida.

Sucedió cinco años antes, justo después de perder a su padre, cuando me enteré de que estaba embarazada, al principio no tenía ni idea de cómo lo haría, de cómo criaría a un niño sola, sin él a mi lado. Pero gracias a mi padre y toda la ayuda que me brindó había podido lograrlo.

En cuanto a su padre, al padre de Amir, murió antes de llegar al hospital, o al menos eso fue lo que me dijeron, porque a día de hoy me veía incapaz de aceptar su muerte. El único hombre al que había amado de verdad en toda mi vida ya no estaba junto a mí, pero al menos me había dejado un maravilloso regalo en su lugar, a nuestro hijo. La personita más maravillosa del mundo, así que no necesitaba nada más.

Agarré a mi pequeño en brazos y me introduje en el mar, mientras mi niño daba pequeños grititos al sentir la temperatura del agua sobre sus pequeñas piernecitas.

El agua pronto se volvió de nuestro agrado, cuando no llevábamos más de diez minutos sumergidos en ella, mientras mi hermoso príncipe de rizos oscuros chapoteaba en el agua feliz, con su bella risa envolviendo aquel momento, lo que provocó que riese junto a él, mientras sujetaba sus manitas, y le veía patalear los pies, haciendo mucha espuma.

  • Aurora – me llamó mi padre, desde la orilla, levantando en alto dos toallas, para que saliésemos del agua – Bárbara y Jamil han llegado – me indicó, mientras yo agarraba a mi pequeño y caminaba hacia la orilla, para luego colocarlo en el suelo y admirar como él corría hacia su abuelo y le pedía su pequeña toalla para secarse, pues con aquella brisa que había comenzado a levantarse, hacía frío al salir del agua.

Me crucé de brazos, arrecía, mientras sonreía hacia mi pequeño, que corría hacia la casa, hundiendo sus pequeños piececitos en la arena y llenándolo todo a su paso con ella.

  • Toma – me dijo, mi progenitor, poniéndome la toalla sobre los hombros, provocando que mirase hacia él, agradecida.
  • Tío Jamil – comenzó mi pequeño príncipe, saludando a uno de los invitados – me he bañado en la playa. – aseguró feliz, mientras Jamil le sacudía la cabeza, observando como aquellos rizos oscuros estaban chorreando de agua – Tía Bárbara.
  • Hola Bárbara – comencé hacia ella, entrando en el jardín, mientras ella sonreía hacia mí, pues hacía más de dos meses que no nos veíamos, pues ella se había marchado a visitar a sus suegros a Marruecos, de nuevo. Porque sí, Bárbara y Jamil se habían casado, hacía ya 3 años de aquello.

Desde que Amir había nacido había tenido un gran apoyo por su parte y la de su ahora marido. Y me sentía realmente agradecida por ello.

Entré en la casa, para cambiarme de ropa, mientras cogía la mano de mi pequeño para que me acompañase.

Nos aclaramos la sal marina en la ducha y nos vestimos. Le puse a mi príncipe un pequeño bañador limpio y una camiseta de mangas cortas en tono pastel, para luego peinar su rebelde cabello y colocarle en el suelo, observando cómo se marchaba sin tan siquiera decir adiós hacia la marquesina, donde se encontraban los invitados. Parecía que le había agradado la llegada de su tío Jamil, pues solía describirle todos los lugares de Tánger con sumo detalle, incluso le enseñaba algunas palabras en árabe, que él siempre recordaba con cariño, y luego me las enseñaba a mí con ilusión.

Me puse un bañador seco, y un vestido bastante transparente, me peiné un poco el cabello y salí a saludar a mis amigos.

Nos sentamos en la mesa a charlar mientras mi padre sacaba unas aceitunas y un poco de jamón para que picásemos algo antes de almorzar.

Jamil le enseñaba a mi hijo palabras nuevas, que él se empeñaba en pronunciar, y las conseguía pronunciar como si llevase toda la vida viviendo en Marruecos. Era normal, pensé, pues tenía sangre árabe.

Mientras Bárbara me ponía al día de lo acontecido en su viaje, decía que se lo había pasado genial aquella vez, que habían ido a Marrakech y que Jamil la había llevado a lugares preciosos, incluso me habló de un famoso palacio, perteneciente a uno de los hombres más ricos y famosos de todo el lugar, y que le permitieron entrar en una visita guiada.

  • Él, está casado con Gahada Fatima – aseguraba, con ilusión – una de las sobrinas del sultán, prima de la actual princesa del país, y … - proseguía con calma - … es realmente bella, la vimos en las fotografías y realmente era digna de llevar la sangre real.
  • Mamá nunca quiere hablar sobre él – escuché a mi pequeño, provocando que dejase de prestar atención a mi amiga y mirase hacia él – cada vez que le digo que me hable sobre él se pone triste.
  • Aurora – me regañó mi amiga, mientras yo comprendía que mi pequeño hijo se refería a su padre, pues yo nunca quería hablar sobre él - ¿me estás escuchando? – preguntó, molesta – te estoy contando algo realmente importante y tú…
  • ¿debería hablarle a Amir más sobre su padre? – pregunté hacia mi ex cuñada, haciendo que esta me mirase sorprendida, pues yo no solía hablar mucho sobre Alí.
  • No – aseguró ella – no deberías.

La miré extrañada, pues ella siempre solía ser muy pro Ali, y más en los últimos años, desde que había tenido a Amir.

  • Su padre te engañó, Aurora – aseguró, mientras yo la miraba dolida, por sus hirientes palabras – estoy segura de que tan sólo te utilizó.
  • Bárbara – comencé, molesta, mientras ella me agarraba de la mano, intentando que me detuviese y la escuchase antes de juzgar mis palabras.
  • Le vimos en Marrakech, a Ali – aseguró, al mismo tiempo que la miraba sin comprender a lo que se refería con aquello - no está muerto como te hicieron creer.
  • Él está muerto – la contradije, recordando el parte de fallecimiento que me enseñaron en la oficina de policía, pues aseguraban que se habían llevado el cuerpo sin vida de Ali de regreso a su país – seguramente es alguien que se le parecía.
  • Sabía que dirías eso – alegó, mientras sacaba de su bolso su teléfono móvil y comenzaba a buscar una foto en su galería – por eso hicimos una foto, aunque fue difícil, no nos dejaban hacer fotos allí.

Me cedió su teléfono y miré hacia la foto que me mostraba, observando con detenimiento aquella foto, donde un hombre vestido con ropas típicas del país sonreía hacia una mujer que se hallaba a su lado. A pesar de su aspecto, y del tiempo que había pasado, podía reconocerlo. Bárbara tenía razón, Ali me había mentido, pues estaba allí, vivo y coleando en Marrakech, junto a otra mujer.

  • Abdul Ali – comenzó de nuevo mi amiga – y Gahada Fatima, están casados.

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