Sin embargo, Daniela no preguntó más. Siempre había mantenido la regla de no inmiscuirse en los asuntos de su jefe, ya fuera como subordinada, amiga o amante. Sabía que en cualquier relación, mantener la discreción era lo mejor.
Después de escuchar la historia, Daniela sonrió levemente y comentó:
—Isla Lacustrina vale al menos quinientos millones. No cabe duda de que has tenido una ganancia considerable esta vez.
Simón respondió con una sonrisa:
—Fue una ganancia inesperada, ni siquiera lo había planeado.
Daniela se sintió aliviada al escuchar esto, y continuaron conversando mientras terminaban la cena. Después, se dirigió alegremente a la cocina para lavar los platos.
Simón encendió un cigarrillo en el sofá y observó a Daniela ocupada en la cocina. Sus pensamientos vagaron sin rumbo fijo.
Poco después, cuando Daniela terminó de lavar los platos y se dirigió al salón para sentarse, resbaló y cayó hacia Simón.
—Oh— exclamó mientras caía hacia él. Simón se sorprendió y rápidamente agar