Capítulo 4

—Sí, lo hice —respondió Eduardo.

—Tan rapido saliste de la casa, ¿acaso eres Flash? —preguntó Briana divertida, y Eduardo se rió.

—Soy Flash para ti, puedo ser cualquier personaje. Soy Batman —respondió él.

—Tonto —murmuró Briana divertida acercándose a él.

—Entonces, bonita, ¿saldremos hoy? —preguntó Eduardo.

—Creo que sí, pero primero ingresemos a la casa, tengo que bañarme porque..—comenzó a decir Briana.

—Tienes razón, estuviste trabajando al igual que yo, pero yo estoy sucio —interrumpió Eduardo.

—Tú porque eres sucio —comentó divertida Brianna al ingresar.

—Mamá, llegué, traje a alguien —anunció Briana.

—Hola, cariño. Hola, ¿cómo estás joven? —saludó la madre.

—Hola, señora —respondió Eduardo.

—Briana, ¿saldrás? —preguntó curiosa la madre.

—Sí, mamá, saldré —respondió Briana.

—Pero él..—comenzó a decir su madre con una mueca.

—Sé que te cae mal, pero es un buen joven —defendió Briana.

—No lo sé, hay algo que no me cierra —expresó su madre.

—¿Y acaso te cae mejor Lautaro? —preguntó Brianna divertido.

—La verdad es que sí —comentó su madre, mientras ponía los ojos en blanco.

Fue a su computadora y estaba decidida a eliminar esos mensajes. Sin embargo, no pudo hacerlo. Eran el único registro que le quedaba de su amiga y, en parte, era la única verdad que tenía. Sin querer, mientras se acomodaba el cabello y se maquillaba un poco, dejó la computadora desbloqueada.

—Mamá, saldré —murmuró Briana, y el joven la esperaba sentado en el sofá.

—Qué bonita estás —exclamó Eduardo con una sonrisa alegre y dijo —Gracias.

—Tú sí que quedas bien conmigo, eres perfecta al igual que yo —comentó Eduardo, y Briana hizo una mueca tonta. Era alguien bastante creído y siempre se fijaba en su propia apariencia.

—Eduardo, vamos —dijo Briana.

—Cuídate —murmuró su madre, y Briana asintió. No le caía para nada bien ese tipo, que siempre estaba coqueteando con ella y se creía perfecto.

En cuanto salieron, Briana descendió de su vehículo. Eduardo, el coqueto, gastaba su dinero en ropa y accesorios para él, pero no tenía un vehículo propio.

—Vamos —dijo él mientras cruzaba las piernas y estiraba los brazos hacia arriba.

—Con cuidado, no me ensucies el lugar —comentó Brianna y aceleró. Llegaron pronto a un barco donde él había propuesto ir, y también había una pista de baile. Briana estacionó, colocó el freno de mano y bajaron.

—¿Estás seguro de que este sitio? —preguntó Briana con desgano. El lugar se veía un poco siniestro, con las luces levemente apagadas y no había nadie alrededor.

—Sí, es divertido —comentó él mientras tomaba su mano y la ingresaba. Briana no estaba muy convencida, pero lo hizo de igual forma.

Por otro lado, Laura, la madre de Briana, miró con atención el desorden que había hecho su hija y decidió ordenarlo. Mientras lo hacía, vio algo que la dejó desconcertada. La computadora de Briana estaba desbloqueada. Sabía que Briana protegía su computadora como si fuera oro en bruto, nunca la dejaba acercarse y siempre la mantenía bloqueada. En ese instante, cuando vio que estaba desbloqueada y la pantalla encendida, corrió y apretó el mouse para evitar que se volviera a bloquear.

—Esta niña distraída —comentó Laura. Se dio la vuelta para seguir limpiando, pero la curiosidad la invadió.

—No puedo hacer eso, está mal —comentó, pero luego decidió continuar avanzando. Sin embargo, no pudo resistirse y se dio la vuelta de nuevo.

Se acordó de algo, pero no recordaba si había bloqueado o no su computadora. Se sintió un poco asustada y dijo:

—Creo que es mejor que volvamos.

—¿De verdad? —preguntó Eduardo.

—Sí, olvidé hacer algo —comentó Briana mientras caminaba hacia atrás.

—Briana, llevamos dos horas aquí apenas, lo estamos pasando bien —protestó su acompañante.

—Tengo algo que hacer —dijo ella, mientras sus pasos se deslizaban ágilmente por la pista.

—¿De verdad? —preguntó Eduardo con desgano, estirando el cuello hacia atrás y cerrando los ojos.

—Vamos —comentó Briana, tomando su mano y arrastrándolo lejos de la discoteca.

—¿Qué es tan importante que tienes que correr así? —preguntó Eduardo mientras se sentaba en el asiento del copiloto.

—Me olvidé de algo —repitió Briana. Eduardo asintió sin tener ganas de protestar. Se miró en el espejo para comprobar que su peinado estuviera perfecto y avanzaron. Briana abrió la puerta del copiloto.

—Ya puedes irte —dijo sin despedirse y desapareció hacia el interior de la casa. Eduardo levantó una ceja y sin decir nada, se dio la vuelta para regresar a su casa.

—Hola cariño —comentó su madre mientras lavaba los platos.

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