Las horas pasan y finalmente veo la hora en el reloj y pido un taxi, me despido de mi amiga con la promesa de encontrarnos otro día para tomar un café.
Le pido al taxista que me lleve al supermercado más cercano y este cumple con lo que le solicito. Solo pasan unos 15 minutos y ya me encuentro en mi destino.
No sé cuánto tiempo voy a demorar, pero lo único que sí sé es que no puedo pedirle al conductor que me espere. El pago por el servicio me puede salir un tanto costoso y eso es lo que no quiero.
En este momento no estoy para gastar más de lo que puedo. Le pago al taxista y bajo con mis bolsas para dejarlas en algún locker donde pueda guardarlas mientras hago las compras.
En el súper me encuentro a mi amiga Verónica, quien al verme corre en mi dirección para darme un fuerte abrazo.
—¿Cómo estás, mujer? —grita eufórica llamando la atención de los presentes—. Pensaba que estabas descansando.
—Es que necesitaba comprar unas cuantas cosas. —evito comentar lo que voy a hacer, luego