Dejo el orgullo atrás, por un instante y me perdí.
Amelia
El aire es pesado. La temperatura aumenta gradualmente a medida que las palpitaciones en mi centro se vuelven aún más incontrolables. Nuestras miradas se mantienen fijas, la una en la otra, una guerra de voluntades, de pensamientos, de un deseo silencioso que brota por nuestros poros: incontenible, intenso, peligroso.
—¿Quieres algo de tomar? —pregunta y rompe el silencio al tiempo que se oyen toques en la puerta—, ¡adelante! —ordena en el mismo tono ronco que me seduce.
La empleada que me recibió antes, entra cargando una bandeja, trae el servicio de té y un platito con galletas.
—¿En dónde lo desea? —pregunta sacándome de mi trance, pero me siento perdida.
—Déjelo ahí —indica Sebastián señalando la mesita de café en medio de los sofás, se acerca a uno de los individuales y se deja caer con elegancia manteniendo el vaso de cristal en su mano.
La mujer mayor acomoda todo en completo silencio, mantengo la vista en ella sintiend