Siete

Mis pensamientos resuenan y gruñen en mi cabeza.

Amelia

Camino de regreso a la cocina sintiendo que me falta el aire. La presencia de Sebastián Falcó me afectó mucho más de lo que había imaginado, su mirada es asfixiante y su voz: fría, sin emociones, hace que mi piel se estremezca. Fui obsequiada al diablo. Mis pies se vuelven pesados a medida que me acerco a la cocina y una sensación extraña invade a mi estómago. Me dejo caer en el banquillo de la isla con la cabeza dando vueltas por todo el espacio, me inclino sobre la encimera con la cara oculta entre las manos. Estoy mareada y una sensación nauseabunda me sube por la garganta desde el estómago. Me sujeto el abdomen como si con eso pudiese controlar el malestar que me ataca.

—¡Edith! —exclamo al tiempo que un sabor amargo me impregna el paladar y las arcadas me obligan a doblarme hacia el frente. Un líquido viscoso de un color amarillo translúcido cae al piso inundando con su hedor toda la cocina.

Edith se apresura a colocar la papelera frente a mi cara. Expulso todo lo que tenía en el estómago, que a decir verdad, no era nada. El alcohol de anoche es lo único que he consumido después de que cené un müsli. El pecho me arde por el esfuerzo que hago, siento la garganta irritada por la bilis. Me duele.

—Respire, señorita —susurra Edith mientras sostiene el cubo con una mano y con la otra masajea mi espalda intentando aliviar mi malestar.

Con la mano le indico que ya pasó, por lo que aleja la papelera de mi rostro. La deja en el piso para luego acercarse al grifo y llenar un vaso de vidrio con agua. Me lo ofrece, pero la verdad diento un nudo en el estómago, no me siento capaz de consumir nada en este momento, ni líquido ni sólido. La cabeza me va a explotar en cualquier momento, el dolor se ha intensificado a un nivel insoportable. Mi visión se torna borrosa.

—Tome un sorbo, le hará bien —insiste sosteniendo el vaso delante de mí.

Hago lo que me pide, pero el líquido que me refresca la garganta, me cae pesado en la boca del estómago.

—Necesito ir a mi habitación a descansar —señalo y me pongo de pie, pero al hacerlo mis piernas se debilitan y me dejan caer sobre mi propio vómito. Mis manos resbalan sobre el piso de madera, por lo que termino extendida sobre todo el asqueroso líquido.

—¡Señorita! —grita alarmada por mi estado—, alguien que me ayude por favor —pide a gritos mientras se esfuerza por levantarme.

Me siento demasiado débil, es como si hubiera perdido la fuerza de todo mi cuerpo. Como si haber visto a Sebastián hubiera sido suficiente para terminar de desestabilizar todo mi mundo. Mi madre acaba de morir y me dejó en las manos del demonio.

—¡Lía! —La voz de mi padre resuena en mi cabeza provocando que el dolor haga eco en todo mi cerebro. Aprieto los ojos con fuerza al tiempo que me llevo las manos a las sienes como queriendo atrapar el dolor en ese único punto.

De pronto me siento flotar. Mi padre me carga en brazos al estilo princesa, me aferro a su cuello mientras busco refugio en su pecho.

—Papá, me siento horrible —musito con un hilillo de voz—, mi cabeza, no lo soporto. —Entierro la cara en su pecho sintiéndome miserable, se supone que debo ser su consuelo ahora que perdió a mamá. Yo debo de estar de pie y firme para que él pueda vivir su dolor, pero, en cambio, estoy aquí, como una niña de cinco años enfermándome.

Quizás esta sea la última vez que mi padre me cargue de esta manera. Dentro de poco seré la esposa de un demonio y mi vida cambiará por completo.

—Edith, por favor ven con nosotros —le pide a la nieta de Dorothy—, tienes que ayudarla: yo no puedo lavarla ni cambiarle la ropa —explica y siento como su cuerpo se tensa ligeramente ante la posibilidad de verme desnuda.

Mi padre es un hombre correcto, jamás me ha faltado al respeto y cuando mi cuerpo empezó a tomar forma de mujer, me prohibió volver a sentarme sobre sus piernas. Al principio no lo comprendía, pero cuando crecí, entendí que él siempre va a protegerme. Estoy segura de que jamás me haría daño, de ningún modo, pero como siempre lo he escuchado decir: el diablo jamás duerme.

Sube los escalones uno a uno hasta mi habitación, me lleva directo al baño y me deposita sobre el inodoro con cuidado.

—Gracias —susurro y trato de sonreír.

—Edith, avísame cuando ya esté en la cama. Iré a llamar al médico de la familia —dice y sale dejándome a solas con la nieta de Dorothy.

—No hace falta que lo llames, solo necesito comer algo —digo haciendo un esfuerzo por hablar un poco más fuerte.

—Voy a llamarlo ahora mismo y es mi decisión —decreta y pienso que últimamente mi vida está sometida a las decisiones de los demás.

Asiento mordiéndome la lengua. Estoy convencida de que no haber comido nada en veinticuatro horas, tiene mucho que ver, sobre todo si mi último alimento sólido fue un tazón de cereal que no terminé y una ronda larga de bebidas en un club que me llevaron a tener sexo en uno de los hoteles más lujosos de Londres con un desconocido.

Con ayuda de Edith tomo un baño con agua fría, porque siento que me quemo por dentro. Me quedo debajo de la cascada helada largo rato, Edith coloca un banquillo para que tome asiento en lo que ella me lava el cabello. Sus mejillas se sonrojan levemente al verme completamente desnuda, toda mi ropa está en unas bolsas de plástico con destino al basurero, no creo que exista jabón en este mundo que le arranque el hedor. Cuando termina con mi cabello me lava con la esponja con cuidado de no tocar mis partes privadas, pero asegurándose de que todo el vómito salga de mi piel.

La ducha me ayuda a sentirme mejor. El agua fría refresco mi cabeza, todavía me sigue doliendo demasiado, pero al menos ya no siento que el cerebro se me quema. Al terminar, me pongo un conjunto de pijama de pantalón largo de color rosa.

—Gracias Edith. —Le sonrío—. Te prometo que te voy a recompensar por haberme ayudado, sé que no fue fácil, sobre todo por el vómito —Me sube la sabana hasta el abdomen una vez me he metido a la cama.

—No tiene que hacerlo. Con mis estudios es más que suficiente —contesta con sinceridad a la vez que toques en la puerta interrumpen nuestra pequeña conversación.

—Adelante —indico.

Mi padre y el doctor Evans entran. Emilio Evans es el tipo de hombre con él me gustaría estar, es amable, atento y sobre todo un caballero. Sus ojos verdes y su sonrisa juguetona son perfectos. Luego de que su padre se jubilara, él quedó a cargo de todos sus clientes, por decirlo de algún modo.

—Emilio —pronuncio al verlo.

El aroma de su perfume me intoxica y me eleva a las nubes.

—Amelia, el doctor Evans, ha venido a examinarte —pronuncia mi padre ocultando su reproche en mi nombre.

Ruedo los ojos.

—Señorita Van Der Beek, un gusto volver a verla. Aunque no son estas las mejores circunstancias, permítame darle mis condolencias por su perdida. —¡Maldición! ¿Por qué mi madre no lo eligió a él para que sea mi esposo?

—Muchas gracias, doctor Evans. Está invitado a los actos fúnebres. —Asiente con una sonrisa en sus perfectos labios—. Espero contar con su presencia a mi lado todo el tiempo —agrego, pese a las caras de desacuerdo de mi padre.

—Cuente con eso, señorita, Van Der Beek —accede—, pero ahora permita examinarla, a eso vine. —Le hago seña para que haga todo lo que quiera conmigo.

Mi padre y Edith se retiran de la habitación, sin embargo, guardo silencio mientras lo observo detenidamente buscando algún defecto, pero no consigo ninguno. Él es un ángel celestial y yo debo ir al infierno para ser la esposa de un demonio.

—No es grave lo que tienes —anuncia con su cara relativamente cerca de la mía. Bésalo grita mi cabeza, pero me contengo.

Se aleja hacia la puerta, la abre y le pide a mi padre entrar.

—La señorita Amelia sufrió una baja de azúcar agravada por la ingesta de alcohol. Le administré un medicamento y le dejaré con la empleada unos sobre de hidratación, los debe tomar hasta que se sienta completamente bien —explica corroborando mi hipótesis.

En el rostro de mi padre el alivio se dibuja con claridad al instante. Me doy cuenta de que su respiración se normaliza y una muy tenue sonrisa pugna por aparecer en sus labios, pero el peso del dolor se lo impide.

—Emilio, te estaré esperando —le recuerdo antes de que salga de la habitación en compañía de mi padre que le hace seña para que lo siga.

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