Cinco

Obedecí y la vida dolió.

Salí en busca de libertad, felicidad y lo que encontré fue confusión y tristeza.

Amelia

Su respiración se vuelve más lenta. Más pesada. Como si el aire se negase a entrar en sus pulmones. Su mano entre las mías pierde calor. El dolor agudo y filoso me atraviesa el pecho. Me desgarra segundo a segundo. Siento que me ahogo, pero no por falta de aire, sino por el inminente final. Me sonríe con calidez, evocando en mi memoria tantos recuerdos, tanta felicidad. Me sonríe, como cuando me leía un cuento antes de dormir, como cuando me mira con orgullo. No estoy lista para vivir sin ella a pesar de que es ella quien me ata a un futuro que no deseo.

—Prométeme —dice apenas audible, desafiando el silencio que nos rodea.

Sus dedos pierden fuerza en su agarre. Trago saliva para pasar el nudo seco que se me forma en la garganta. Asiento antes de que pueda terminar de pronunciar su petición. Sé lo que quiere y lo haré, voy a casarme. Voy a aceptar esa sentencia con dignidad y haré todo lo que esté en mis manos para vivir con esa realidad.

—Te lo prometo —consigo decir. Cierra los ojos a la vez que toma aire por la boca.

—Prométeme que, siempre, serás una mujer, fuerte. —Su voz quebrada resalta con intensidad la determinación de sus sentimientos. Asiento al tiempo que me llevo su mano a mis labios para besarla. Su piel está fría—. Enséñale a Sebastián, Falcó, que clase, de, mujer, eres. —Sus palabras se desvanecen en el aire. Sus ojos se cierran y su brazo pierde estabilidad.

No, no, no… el mundo se detiene de golpe, todo en mí colapsa con brutalidad a la vez que siento como en mi pecho se forma una explosión que pugna por salir, violenta e implacable.

—¡¡No!! —grito con todas mis fuerzas, sintiendo la impotencia apoderarse de cada uno de mis sentidos.

Mi garganta arde por la furia de mi voz. Mi padre entra como una avalancha con los ojos desorbitados y enrojecidos por el llanto. Se lanza a su lado. La toma en brazos y la hunde en su pecho mientras las lágrimas brotan descontroladas de sus ojos. Pronuncia su nombre, una y otra vez, como un lamento desgarrador que se eleva al cielo y cierne sobre nosotros un mando oscuro de tristeza.

Me uno a él y entre los dos, acunamos el cuerpo de mi madre a la vez que nuestras lágrimas le humedecen la piel fría. ¿Por qué perdí mi tiempo huyéndole?, ¿Por qué no solo acepté desde el principio y disfruté más de ella mientras aún la tenía?, ¿ahora de que sirve estar aquí, a su lado, si ella ya no está? Lo único que me queda es el eco de una promesa…

A través de la ventana, veo la luz del sol apagarse poco a poco. El tiempo no se detuvo, solo nuestros corazones. La oscuridad nos envuelve, el silencio guía el recorrido de nuestras lágrimas. El dolor nos une más que nunca. Conteniendo mi propio dolor, extiendo la mano hasta la lámpara de la mesita de noche y la enciendo, debo ser yo quien se ocupe de los preparativos, él no tendrá la fuerza para hacerlo.

—Te dejaré solo con ella un poco más, pero cuando lleguen las personas de la funeraria tienes que dejarlos hacer su trabajo. —Aprieta los ojos fuerza al tiempo que niega.

—Ella organizó todo antes de partir. Los empleados de la funeraria están abajo, están esperando para llevársela. —Su voz se quiebra por completo y de nuevo se aferra al cuerpo de su mujer.

Me sorprendo por lo que dice, no obstante, mi mamá era la persona que mejor conocía a mi papá, ella sabía que él no iba a poder hacerse cargo del funeral.

—Papá, ven. Tenemos que dejarla ir —le digo deteniéndome a su lado para sacarlo de la cama—. Ella no querría vernos así, por favor papá —insisto.

Su llanto parece calmarse. Pero la verdad es que solo reúne todo el coraje que puede para poder soltarla. La acomoda en la cama, coloca sus manos sobre su regazo y la cubre con la sabana, como si quisiera espantar el frío de su piel. Antes de alejarse del todo, la besa en los labios. Y de nuevo rompe en llanto, pero esta vez sale de la cama y huye de la habitación.

Imito a mi padre, dejando un beso en la frente de mi madre antes de salir por las personas que esperan. Les muestro el camino y los dejo a cargo de la señora Dorothy. El dolor de cabeza se me intensifica al punto que empiezo a ver borroso, desde ayer no he comido nada y hoy ni quiera me he ocupado de hidratarme luego de la borrachera que me pegué, pero la verdad es que todo eso es irrelevante en comparación con la perdida.

—Hazme un té, por favor —le pido a Edith, la nieta de Dorothy y a la cual mi familia ayuda para que estudie. Es cierto que trabaja como sirvienta en esta casa, sin embargo, sus tareas son pocas y cuando llega la temporada de exámenes, su único deber es estudiar y enorgullecer a su abuela.

—Lamento mucho su perdida, señorita —dice mientras espera a que el agua se caliente.

—Gracias, Edith. —Le sonrío agradecida—. ¿Cómo van tus clases?

—Muy bien. —Sus ojos se iluminan, pero casi de inmediato su expresión cambia.

—No sientas culpa ni pena, mi mamá estaba enferma y además, sabes bien que ella era quien más interés tenía en que estudies, y no creas que porque ya ella no está, vamos a dejar de apoyarte —le aclaro antes de que piense que le retiraremos el apoyo.

—Muchas gracias, señorita —dice al tiempo que el timbre suena.

—Termina de hacer el té, yo iré a ver quién es —le digo y salgo de la cocina.

Cada paso me retumba en la cabeza.

Al abrir, el corazón me da un vuelco y mi pulso se acelera. Unos ojos azules me devuelven la mirada, pero no solo me miran, me recorren de pies a cabeza con una lascivia que me deja sin aliento. El hombre delante de mí desprende un aura de poder y control que me atrae como mosca a la miel.

—Soy Sebastián Falcó —anuncia con voz ronca—, vengo por la señorita Amelia Van Der Beek. —¿Este hombre es mi prometido? ¿Él es diablo, un demonio de la seducción?

—Amelia Van Der Beek. —Le extiendo la mano sin apartar la mirada de la suya.

Me siento hechizada por sus ojos, por esa sonrisa arrogante que se forma en sus labios. Sin embargo, no es momento para solo pensar en lo mucho que me atrae su aura de poder. No puedo olvidar que no fui criada para ser la sombra de nadie.

Mira mi mano extendida por un breve segundo, como si contemplase si soy digna o no de tocarlo. Al fin me da la mano.

—Señor Falcó, lamento tener que posponer nuestra reunión para otra ocasión —notifico en tono neutro. Aprieta los labios en señal de disgusto.

—Es de buena educación, informar con tiempo para evitar que las personas pierdan su tiempo —enfatiza arrogante.

—Le pido mil disculpas, de haber sabido la hora exacta en la que mi madre iba a morir, le doy mi palabra de que no le hubiese hecho perder su preciado tiempo. —La expresión de sus ojos cambia—. Ahora, si me disculpa, tengo que ocuparme de los preparativos para el funeral. —Le cierro la puerta en la cara sin esperar respuesta.

Un hormigueo excitante me recorre la piel. Ese hombre es peligroso, necesito mantenerme alejada de él lo más que se pueda, aun después de habernos casado.

Octavia Jimenez

Hola, gracias por unirte a esta historia. Estoy en proceso de firma, por lo cual las actualizaciones darán inicio el primero de agosto. Espero puedas ser paciente y esperar, te aseguro que no te decepcionaré con esta historia y las actualizaciones serán muy, pero muy regulares. Te mantendré enganchada.

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