Comprada por el mafioso
Comprada por el mafioso
Por: Redrosess
#1:

Eran las dos de la madrugada en Madrid, España, cuando Yudith regresó de su trabajo en el restaurante de comida rápida, encontrando a su padre ensangrentado y sin conocimiento en el suelo de la sala del diminuto apartamento en el que vivían.

La chica se asustó enormemente porque creyó que su padre estaba muerto, pero por suerte solo estaba desmayado.

Tras llamar una ambulancia, y llevar a su padre al hospital, los médicos le informaron que el anciano tenía una contusión cerebral y tres costillas fracturadas.

Yudith caminaba de aquí para allá, en la sala de espera. Su padre ya llevaba dos días hospitalizado, sin dar señas de despertar. Por lo que ella estaba mordiéndose las uñas e intentando encontrarle sentido a lo que había sucedido.

Según la policía, no habían forzado la puerta de entrada a su casa, y ella había podido atestiguar que no se habían robado nada. Por lo tanto, se podían extraer dos conclusiones de aquella situación:

1 Su padre conocía a quien lo atacó.

2 Fue su propio padre quien le permitió la entrada al o los asaltantes.

La chica se dejó caer pesadamente en la silla. Escondiendo el rostro entre sus manos, y liberando un suspiro.

Sabía que desde hacía meses su padre se estaba juntando con gente peligrosa, sin embargo, siendo él un hombre de casi sesenta años, no había mucho que ella pudiese hacer para corregir sus malas costumbres y peores compañías.

***

Xavier, hijo mayor, heredero del difunto Augusto Farías y próximo Líder de la mafia española, miró con desdén al abogado de la familia, dedicándole una sonrisa torcida y macabra.

—¿ Está usted queriendo decirme , que si no me caso dentro de un mes y me mantengo casado por el periodo de un año, toda nuestra fortuna e incluso el control de nuestra organización pasará a manos de mi primo Alonso?

El abogado tragó en seco.

Era un vejete de casi setenta años, y sabía que hombres mucho más jóvenes, fuertes y peligrosos que él, habían sufrido muertes espantosas, luego de ver a Xavier sonreír.

El hombre de leyes se ajustó los espejuelos sobre el puente de su nariz, y miró al joven mafioso con el respeto y deferencia que merecía.

—Mi Líder, yo…- se atragantó.- …quiero decir, no hay nada que yo pueda hacer, este es el testamento y última voluntad de su padre, yo solo le transmito sus deseos.

—Comprendo. Sin embargo, déjeme preguntarle, ¿ Hay alguna manera de impugnarlo?

El abogado negó, moviendo su cabeza.

—Solo si demostrase que su Señor padre no estaba en sus cabales cuando se escribió el documento.

Xavier elevó una ceja.

—Lo cuál es imposible, porque este proceso legal se llevó a cabo con testigos que dan fé de la cabalidad del Señor Augusto en ese momento.

—¿Déjeme adivinar? Los testigos fueron mi tío y mi padrino, ¿cierto? - masculló Xavier.

El abogado de limitó a asentir.

—Bien. No hay más que yo pueda hacer aquí, entonces.- comentó el jóven, poniéndose en pie con rapidez.- por lo visto, tendré que buscarme una esposa, porque algo es seguro, ¡mi primo será el próximo líder de esta organización por encima de mi cadáver!

Xavier salió de la oficina del notario, seguido de cerca por sus escoltas. Se aflojó los tres primeros botones de la camisa e intentó llenar sus pulmonar de oxígeno.

Se sentía claustrofóbico.

Se sentía acorralado.

Por un lado, su padre lo forzaba a esta ridiculez de casarse y por el otro lo enfrentaba directamente con su peor enemigo.

Su propio primo.

Alonso Farías había sido su mayor enemigo desde siempre.

Incluso de niños, su primo se había encargado de golpearlo y ridiculizarlo a cada ocasión posible.

Sin embargo, la rivalidad entre ambos se tornó odio abierto y encarnizado, cuando aquella m*****a lo dejó plantado en el altar para irse con Alonso.

Tres semanas después:

El Señor Anselmo Expósito había despertado y se había negado a prestar declaraciones a la policía.

Con todo, Yudith no salía de su temor.

Habían regresado a casa y las cosas parecían regresar a la normalidad, cuando su padre la llamó asustado, una noche, mientras ella realizaba su turno en el restaurante.

 —¡Auxilio, hija!

—¿ Qué sucede, padre?

—¡Ellos están aquí y me matarán, hija! ¡Ayúdame!- la llamada se cortó, y Yudith temió lo peor.

Sin tiempo a dar explicaciones, se sacó el delantal, y huyó del restaurante. Sabía que aquello podía causarle el empleo, pero la vida de su padre estaba en peligro.

Tomó su coche, y manejó, ciega de miedo rumbo a casa.

Al llegar, notó la puerta rota, la TV y los muebles destrozados, caminó con precaución, acercándose a la cocina, mientras sacaba su celular del bolsillo de su pantalón para llamar a la policía, sin embargo no llegó a entrar a la cocina.

Unos brazos fuertes la aprisionaron por detrás, mientras otras manos la sujetaban, llevándola al suelo.

Yudith pataleó y arañó, intentando liberarse, pero no pudo. Los hombres que la sujetaban eran mucho más fuertes que ella.

Un pañuelo embarrado de una sustancia asquerosa cubrió su nariz y boca, y aunque ella intentó gritar, no pudo.

Terminó cayendo desmayada.

***

—Esta no es la forma en la que suelo realizar este tipo de negocios, Expósito…sin embargo, la chica es bonita, inteligente y virgen. Según he podido ver, será perfecta para mí colección de mariposas.

—¿ Cuánto me da por ella?- insistió Anselmo, desesperado por salir de allí cuánto antes.

El Señor Máximo Casas inhaló de su puro fuertemente, y liberó el humo con lentitud. Chasqueó los dedos, y uno de sus guardaespaldas se acercó, abriendo una maleta repleta de euros, sobre el buró y justo delante de la cara de Anselmo.

—Cien mil. Lo que acordamos.

***

 Contempló con las cejas elevadas a la rata que tenía justo delante.

Para nadie era un secreto, que Anselmo Expósito era uno de los jugadores de poker más frecuentes de su casino. De ahí la enorme deuda que el viejo acumulado. Deuda, que él había creído imposible de pagar, pero el vejestorio había pedido permiso para verlo, trayendole dinero en efectivo para saldar sus cuentas.

—¿ He de suponer que te has ganado la lotería?- inquirió el dueño del casino.

—Algo así. – sonrió Anselmo, mostrando sus disparejos y amarillos dientes. – solo digamos, que la suerte me ha sonreído.

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