Apenas llegamos frente al departamento, me dijo mirándome, con los ojos ardiendo como fuego:
- ¿Puedo bajar? – Tocó mi pierna, deslizando su mano dentro, debajo de la gruesa tela del pantalón que era completamente extraña y no se adaptaba a mi cuerpo.
- Me encantaría. Pero no ahora... No hoy. - Lo miré con severidad.
¿Debería decírtelo ahora mismo? Nunca parecía un buen momento para revelarle a Heitor Casanova que era padre de una hermosa niña de cuatro meses, sin saber siquiera cómo fue concebida la pequeña.
Podría ser juzgado como egoísta o egocéntrico por no revelarlo en ese momento, o esa noche porque todo iba tan bien entre nosotros como nunca antes. Sabía que necesitaba saberlo, pero podíamos y merecíamos al menos unos días de paz y amor. Porque a pesar de todo, no sabía cuál ser&iacut