4.

Y entonces, Oliver apareció en su mente. Recordó sus palabras antes del intento de fuga: “Solo peleando y huyendo podremos escapar. Encontraremos una vida nueva.”

Por primera vez, Mariel decidió luchar por su libertad.

Con una destreza nata, se zafó del agarre del pirata y le quebró el cuello con un solo movimiento. Corrió en dirección a Héctor, pero una docena de piratas se interpusieron. Intentaron capturarla de nuevo, y ella fingió rendirse. Bajó la cabeza... hasta que se acercaron lo suficiente.

Tomó una de las espadas.

Sabía perfectamente cómo usarla. El miedo seguía ahí, pero la determinación era más fuerte. Desde el otro lado del combate, Héctor la observaba. Sus miradas se cruzaron por un instante. Ella quería volver a su lado.

Los piratas que la rodeaban estallaron en carcajadas. Una niña, delgada y temblorosa, empuñando una espada... no parecía una amenaza.

Pero sus risas se congelaron cuando vieron cómo se movía.

Mariel no peleaba con técnica de combate. Sus movimientos eran fluidos, elegantes… como una danza ritual. Eso solo provocó más burlas entre los marineros… Pero no en el capitán.

Él reconoció los patrones, la intención. Su rostro se transformó en puro terror — ¡Retrocedan! ¡Todos, al barco! — gritó desesperado a sus hombres.

Mariel, con decisión, cortó la palma de su mano y dejó que su sangre cayera al mar.

El capitán de los piratas, ahora pálido, gritaba órdenes mientras corría hacia su nave. Exigía desplegar todas las velas. Tenían que escapar de allí a toda prisa.

André observaba, desconcertado. Corrió hacia su hermana. Mariel comenzó a pronunciar palabras extrañas, sin sentido para quienes la rodeaban. Mientras hablaba, el cielo se tornó gris y las nubes de tormenta se arremolinaban sobre ellos. El mar comenzó a agitarse con violencia.

— ¡Mariel, detente! ¡Es muy peligroso invocarlo! — gritó André, aterrorizado.

Pero ella no respondía. Estaba en trance.

Entonces, el mar se abrió en un remolino profundo, oscuro. André lo reconoció al instante — ¡Kraken! ¡Todos en posición! — bramó.

Los hombres comenzaron a correr. Prepararon cañones, lanzas y hechizos. Sabían que la criatura era más que una leyenda. Algunos pocos habían sido capaces de invocarla, y Mariel era una de ellos. Pero ella no solo tenía el poder de invocarlo. Durante todos esos años de entrenamiento, había aprendido algo aún más extraordinario: comunicarse con sus invocaciones.

Las palabras que murmuraba no eran un hechizo, sino una conversación.

Los barcos comenzaron a ser arrastrados hacia el remolino. El capitán pirata, al ver la magnitud de lo que se avecinaba, comprendió que ya era demasiado tarde para huir — ¡Todos preparados en cubierta! — gritó.

No había terminado de pronunciar la orden cuando los colosales tentáculos del Kraken emergieron del mar. Las antiguas leyendas, relatadas por los pocos que habían sobrevivido, contaban que la criatura usaba sus extremidades gigantescas para aplastar barcos y devorar a sus tripulantes. Y, en efecto, esa era su naturaleza: alimentarse.

Pero esta vez sería distinto. Esta vez, el monstruo había sido invocado con un propósito.

Mariel le había transmitido su furia. Le había ordenado destruir a sus enemigos, y el Kraken respondió.

Con una fuerza inconcebible, la bestia atrapó el barco pirata y comenzó a aplastarlo con una lentitud implacable. Los piratas, desesperados, intentaban cortar los tentáculos con lanzas. Los cañones rugían, pero eran inútiles. El monstruo ni siquiera parecía inmutarse.

Desde el otro barco, André y su tripulación observaban la escena con horror. Conocían el poder de esa criatura. Sabían que si el Kraken decidía atacarlos, no tendrían escapatoria.

— ¡Suelten las velas! ¡Debemos alejarnos de aquí! — gritó André.

Esperaba que, mientras la criatura estaba ocupada con los piratas, ellos pudieran escapar.

Pero Héctor lo detuvo, señalando hacia el mar — André... no podemos irnos — dijo, con la voz tensa.

André siguió su mirada. Y lo que vio le revolvió el estómago: Mariel estaba de pie sobre uno de los tentáculos del Kraken, que la llevaba lentamente hacia el barco enemigo.

André sintió el pánico apoderarse de él. No sabía cómo recuperarla. Héctor, por su parte, se sentía culpable por no haber logrado protegerla. Ambos comenzaron a dar órdenes a la tripulación para virar el barco y seguirla.

Los hombres dudaron. Navegar directo hacia el remolino era un suicidio. Pero al final, no tuvieron otra opción: obedecieron.

Mariel, impulsada por la rabia y la memoria de todo lo que había sufrido, decidió que esta vez tomaría venganza. Sabía que nada debía haber sido como fue. No volvería a ser una víctima.

Con la ayuda del Kraken, alcanzó al capitán pirata. Lo enfrentó cara a cara, sin miedo, y lo miró directamente a los ojos — Ahora él se divertirá con ustedes — dijo con voz firme, refiriéndose a la bestia.

En ese instante, el Kraken emergió completamente del agua. Muchos pensaban que se trataba de un simple pulpo gigante, pero estaban equivocados. Aquello era solo su rostro.

Lo que se alzó del mar fue un gigante colosal, de más de treinta metros de altura, y ni siquiera se le veían los hombros. Su verdadera estatura era mucho mayor. Su piel, escamosa y brillante, tenía tonalidades verde metálico, con reflejos amarillos y azulados. Levantó uno de sus brazos, formado por tentáculos que se extendían desde los dedos y tomó el barco como si fuera un juguete.

Los gritos de los piratas se oían desde lejos mientras saltaban desesperados al agua, intentando escapar del destino inevitable.

De su rostro, los tentáculos comenzaron a elevarse, revelando una boca gigantesca que se abrió con un rugido ensordecedor. El Kraken devoró el barco con toda su tripulación, aplastándolos y engulléndolos sin piedad.

Mientras tanto, Mariel descendía levitando dentro de una esfera de energía mágica, volviendo al barco de André. Aterrizó con suavidad frente a Héctor y André, que la observaban entre el asombro y el terror.

Ella no parecía preocupada. Sabía que el Kraken, después de cumplir su cometido, regresaría a las profundidades.

André, aún atónito, reaccionó por fin — ¡Rumbo inverso! ¡Rápido, alejémonos de aquí! —

Toda la tripulación comenzó a maniobrar, y mientras el barco se alejaba, muchos miraban hacia atrás, rezando para que el monstruo no cambiara de parecer. Pero el Kraken ya había comenzado a hundirse lentamente, regresando a las profundidades del océano.

Héctor corrió hacia Mariel — ¿Estás bien? — le preguntó con preocupación.

Ella no respondió. Pero lo miró directamente a los ojos por primera vez.

Y en ese instante, Héctor lo sintió. Sus ojos color miel eran lo más hermoso que había visto. Sintió que sería capaz de darlo todo por ella.

Pero entonces se detuvo… Recordó que Mariel apenas era una niña, una joven marcada por el dolor y la esclavitud. Además de eso, era una princesa. No había lugar para él en su mundo.

A pesar de lo que sentía, supo que debía protegerla… no por amor, sino por respeto y lealtad.

André se acercó a donde estaban Héctor y Mariel. Ella estaba sentada en el suelo, exhausta. Su cuerpo se veía más frágil que nunca. Desde la primera vez que la había visto en la isla, André había notado las cicatrices, los hematomas, las heridas sin sanar. A pesar de los cuidados que le habían brindado durante los últimos días, su condición no mostraba mejoría.

Se arrodilló frente a ella y le tomó las manos con cuidado — Mariel… ¿Por qué hiciste eso? Fue demasiado peligroso. No debiste enfrentarte sola a esa criatura — le dijo con la voz quebrada.

Mientras sostenía sus manos, notó unas marcas profundas en sus muñecas. Eran las huellas de los grilletes. Bajó la mirada a sus tobillos: también estaban allí — No vuelvas a ponerte en ese riesgo. Desde ahora… soy yo quien te protegerá — le aseguró, con un tono firme, pero lleno de dolor.

Mariel lo miraba confundida. En el rostro de André se reflejaban la angustia, la tristeza y una culpa que no comprendía. Hasta ese momento, el único que alguna vez había intentado protegerla había sido Oliver. Pero con André… todo era distinto.

Ella deseaba con todas sus fuerzas poder comunicarse, decirle lo que sentía. Sin embargo, cada vez que intentaba hablar, su corazón se aceleraba y una presión asfixiante se apoderaba de su cuello. El collar que aún llevaba, ese maldito símbolo de esclavitud le recordaba que seguía siendo una propiedad.

André se puso de pie y la ayudó a levantarse con un movimiento suave — Héctor, llévala al camarote para que descanse… y asegúrate de que coma algo —

— Está bien. Ven conmigo, princesa — le dijo Héctor con suavidad.

Ella obedeció en silencio, sin oponer resistencia. Al entrar en el camarote, Héctor le acercó un plato de comida. Ella lo observó detenidamente, pero no se movió.

— Debes comer — insistió él — Tu salud no va a mejorar si no lo haces. Cada día intento que tomes la iniciativa, pero parece que nada te importa… — Sin embargo, Héctor notó que sus ojos estaban fijos en la comida. Había deseo en su mirada… hambre. Entonces lo comprendió.

Mariel no podía comer por voluntad propia.

Recordó que había sido criada como esclava bajo un régimen brutal. Cada acción estaba condicionada a una orden, incluso algo tan básico como comer.

Se acercó a ella, la miró con compasión, y dijo con firmeza — Come. Es una orden —

En ese instante, Mariel comenzó a comer. Con desesperación contenida, como si la necesidad le hubiera devorado por dentro. Pero sin una orden… no se habría atrevido.

Héctor salió del camarote, el corazón pesado, y se dirigió a cubierta, donde André inspeccionaba los daños del barco. Al parecer, el ataque del Kraken y la batalla con los piratas habían retrasado la llegada al puerto por al menos un día.

— André, ¿tienes un momento? — preguntó Héctor.

— ¿Pasa algo con Mariel? — respondió de inmediato.

— Nada peor de lo que ya ha vivido — contestó Héctor, con una mezcla de tristeza y rabia en la voz.

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