Nadin sentía una inquietante sensación de desesperación y agravio acumulándose en su pecho. Estaba atrapada en un torbellino de emociones, deseando liberar todo el dolor y la tortura que la atormentaban, pero sabía que no era el momento adecuado. Tenía que enfrentar a Ángelo, que debía saber que ella era Nadin Stomcling. Sin embargo, el día en que él descubriera que era la mujer que había arrojado a la prisión aún no había llegado.
Mientras tanto, Jerder notó la preocupación y el disgusto en ella. Con un tono conciliador pero firme, habló para salir del lugar:
—¡Señor Clindy! Mi mujer ha bebido mucho y se pone un poco enojona. Me retiro para que no lo vaya a enfadar.
Al escuchar eso, Nadin se levantó primero y tomó camino hacia la salida. Pero al pasar cerca de Ángelo, notó una frase muy corta que resonó en sus labios: “Nadin, sé que eres tú”. Ella hizo caso omiso, como si no lo hubiera escuchado, como si esas palabras no hubieran sido pronunciadas. Hizo todos los gestos, habló de toda