Se quedó mirándome fijamente. Adal está celoso. ¡No puede ser! Pensé y creo que lo miré con la boca abierta, experimentando una sensación entre agradable y desagradable. Se me ocurrió entonces que podía ser el momento perfecto para confesarle mi amor. Alejados de tía Amanda, sin nadie viendo ni señal de peligro, me dispuse a abrir la válvula de los sentimientos que corrían en mí hasta que aparecieron dos hombres de aspecto terrible que llevaban un perro.
—¿Con que este el actor que se metió a hacendado?—preguntó uno de ellos. Era alto, delgado, de pelo largo y piel rosácea. Tenía el rostro lleno de cicatrices y llevaba una escopeta en la mano.
—Yo quiero un autógrafo —dijo el otro, recorriendo con la mirada a Adal. Éste tenía una cara grande, cubierta por una andrajosa barba y era un po