Una noche inolvidable

Mientras más conocía sobre ese hombre arrogante, más le costaba a Chelsea creer que era todo real. Le resultaba imposible que alguien pudiera ser tan arrogante y tan cretino, ella acababa de decirle que le haría su vida insoportable, lo amenazó con demandarlo de forma legal y tal parece que nada de eso parece perocuparle. Al final había terminado Steve amenazándola a ella con su puesto de trabajo dándole a entender que, si se atrevía decir algo, su empleo estaría en peligro, sin mencionar que le dejó claro que él era el jefe y ella la asistente ¿En qué mundo de locos estaba viviendo?

Por mucho odio que estuviera sintiendo, después de pensarlo un poco más con la cabeza en frío, decidió enfocarse en lo que mejor sabía hacer, trabajar. Tenía decidido que no iba a darle el gusto de llamar su atención o de expulsarla, si lo hacía todo de forma impecable, Steve no tendría más remedio que verla todos los días, si ella lo tendría que soportar, pues él a ella también.

Algo que todavía no podía entender era por qué cuando lo tuvo cerca todo en ella cambió, desde sus pensamientos hasta la complexión de su cuerpo. En el mismo momento en que sucedió no se dio cuenta, pero, ahora que había repasado cada detalle en su cabeza supo que su respiración se había agitado considerablemente, su boca se había secado por completo y sus rodillas se apretaron la una con la otra con mucha fuerza debajo de su escritorio, solo le hubiera faltado ponerse a tartamudear para parecer una completa tonta; esa era la forma en la que ella se estaba planteando su reacción. Lo que sí la dejaba completamente Sin una explicación lógica era el hecho de los celos que experimentó o, mejor dicho, los que estaba experimentando todavía por solo pensar en lo que pudieran estar haciendo Steve y Larissa en la oficina de él, ella no sabía que pronto sabría detalles sobre ello.

Steve salió de la oficina de Chelsea con una sonrisa dibujada en el rostro, era más que consciente de lo mucho que sus últimas palabras la habían molestado y, curiosamente, eso le daba una satisfacción increíble, acababa de descubrir que le gustaba cómo se veía el rostro de ella cuando estaba enfadada y la forma en la que intentaba ser una chica ruda también, aunque no le saliera en lo absoluto.

Su oficina estaba justo al lado de la de Chelsea, solo una puerta las separaba en el mismo medio de ambas, pero ella no lo sabía aún y él quería ser el primero en hacerlo así que, entró y cerró puertas y ventanas, por supuesto que Larissa se encontraba sentada en el centro de su escritorio ya con todos los botones de su blusa desabrochados dejando sus pechos al aire libre y con sus piernas abiertas de par en par sujetando con su mano sus bragas mientras jugueteaba con ellas.

Steve estaba dispuesto a terminar su relación con ella ese mismo día, por eso la había mandado a que lo esperara ahí, pero, algo en su interior le decía que molestara a Chelsea. Él era completamente consciente de que lo que estaba a punto de hacer la molestaría, eso era lo que estaba buscando, había visto la influencia que tenía sobre su cuerpo al acercarse tanto a ella hacía solo unos minutos y, obviamente, todavía tenía que estar pensando en la noche que acababan de tener.

—Tú sí que sabes darme lo que me gusta cuando te conviene —le dijo a Larissa una vez le puso el seguro a la puerta— ¿no podías cerrar al menos las ventanas?

—No, no me importa que me vean, es más, me gusta, así tus trabajadores saben que soy una mujer capaz de darte lo que necesitas —dijo ella abriendo sus piernas aún más y pasando sus dedos por su sexo.

—¿Ah sí? —le preguntó él caminando lentamente hacia ella como si fuera un cazador y ella su presa— Anoche no me pareció eso, como nunca apareciste a nuestra cita —para cuando pronunció estas palabras, ya la había agarrado del pelo cerca de su nuca y había tirado de él con bastante fuerza hacia atrás dejando su cuello expuesto.

—Sabía que te molestarías, pero todo en esta vida tiene una razón de ser, además, por eso vine hasta aquí hoy.

—Pues más te vale que comiences a darme una excusa ahora mismo —dijo introduciendo de golpe dos de sus dedos en el sexo de ella logrando que un gran gemido se le escapara en ese momento, justo lo que quería.

No la estaba viendo, pero podía jurar que Chelsea estaría del otro lado pensando en diez mil maneras diferentes de llamarlo y ninguna de ellas era agradable. Por mucho que lo intentó no pudo contener su sonrisa, la estaba imaginando con sus mejillas sonrojadas al punto de prender fuego, sus labios gruesos arrugados de tanto contener la ira y la pequeña arruga entre sus dos cejas debido a la frustración de poder hacer nada. De un momento a otro, tuvo que sacudir su cabeza con disimulo para sacarse esos pensamientos ¿Qué le estaba sucediendo? Tenía a Larissa prácticamente desnuda enfrente de él y lo único que podía hacer era imaginarse a la chica con su ropa puesta que estaba en la habitación continua a la suya.

—Así, eso me gusta, si estos son los castigos que me esperan por hacer las cosas mal, tendré que continuar haciéndolas —dijo Larissa, mientras comenzaba a mover sus caderas hacia delante y hacia atrás a la misma vez que desabrochaba a tientas el cinturón y el pantalón de Steve. Moviéndose a toda prisa, introdujo su mano dentro de su pantalón hasta que encontró su miembro duro, lo que le hizo a él gemir de placer pensando que estaba así porque la deseaba, la pobre Larissa no tenía ni idea de que el único nombre que rondaba la cabeza de Steve era “Chelsea”. Comenzó a mover su mano alrededor de su miembro sintiendo los latidos del mismo en la palma— Entonces ¿debo seguir faltando a nuestras citas?

Del otro lado de la habitación se encontraba Chelsea, tal y como pensaba, esos dos seres despreciables estaban teniendo sexo sin que les importaba las éticas laborales en lo absoluto, eso era lo que se decía a ella misma para justificar el desagrado que estaba experimentando pero en verdad no era eso, eran celos, por más que se esforzara en esconderlos y en no aceptarlo, no había forma alguna de llamar aquello de otra forma.

En cuanto escuchó el gemido proveniente de él, no pudo más con la curiosidad, se acercó a la puerta que tenía a su derecha, hasta el momento no la había abierto, pensaba que se trataba de alguna especie de cuarto de desahogo para guardar más archivos pero, de ahí provenían los gemidos. Con mucho cuidado para no hacer ruido, giró el picaporte y, dejando solo una pequeña rendija, se asomó para encontrarse con una escena que le haría hervir la sangre.

No había pasado ni un minuto completo cuando la puerta hizo un chillido llamando la atención de Steve, la chica estaba demasiado concentrada en sus gritos como para escuchar nada más. A él no le hizo falta mucho más para saber que era Chelsea la que estaba espiando, así que, con una sonrisa maliciosa y un guiño de ojo, giró su cabeza hacia al frente y prosiguió en su tarea, lo que estaba haciendo había surtido el efecto que tanto estaba buscando.

—Si eso es lo que quieres… —dijo él dejando la frase a medias porque no hacía falta que la terminara, sus acciones hablaron por él, acto seguido, retiró sus dedos del interior de ella para penetrarla de un solo movimiento con su miembro consiguiendo que un grito se saliera de su boca. En ocasiones normales, le molestaba mucho esas exclamaciones de Larissa, le daban la impresión de que no eran reales, por eso siempre tapaba su boca pero, esta vez no lo hizo, quería que se escucharan los gritos a todas voces, esa era su misión principal. No dio tregua ninguna a la chica, comenzó a moverse muy deprisa y de forma fuerte, cada embestida era más enérgica que la segunda hasta que sintió que ella estaba cerca del climax, justo en ese momento se detuvo.

—Pero ¿qué haces?

—Demostrándote que las malas elecciones no se pagan con placer ¿En serio te pensaste que después de que me dejaras tirado como un tonto en ese restaurante de lujo yo iba a quedarme como si nada? Habían personas importantes en ese lugar, personas que me conocían y quedé como el hazmerreír, el tipo al que su mujer lo deja plantado en una cita, definitivamente no ibas a conseguir placer después de eso, al menos no de mí. Espero que después de esto te quede bien claro quién manda aquí, yo soy Steve Bullock, un consagrado empresario, un directivo importante —giró su cabeza hacia la puerta, sabía que Chelsea todavía estaba ahí— Yo soy quien mando aquí —volvió a mirar a Larissa— Ahora iré al baño y espero que cuando regrese ya no estés aquí —y sin más se marchó de la habitación dejando a las dos chicas boquiabiertas.

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