Capítulo Cinco

—Voy a hablarte sin rodeos. —Dijo con decisión Yago López, propietario de la conocida empresa de joyas italiana Fascino, quién tenía una sede afincada en la ciudad, tras limpiarse los labios con la servilleta, visiblemente nervioso—. Quiero que trabajes exclusivamente para mí. —Abrí los ojos como platos, sorprendida por aquella petición: ¿de veras me estaba pidiendo que formara parte de su empresa?—. No sé porqué, pero desde que hiciste la última campaña de publicidad para Fascino, he logrado vender muchísimo género, más de lo esperado. —No sabía si tomarme aquello como un cumplido, o en parte como ofensa, y no dudé en hacérselo saber, pues no estaba dispuesta a aceptar que me hubiera invitado a uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, para insultarme sutilmente, y que luego esperase que trabajara para él.

—¿Acaso insinúa que no soy lo suficientemente atractiva? —Aquella pregunta pareció desconcertarle, pues frunció ligeramente el ceño—. ¿O tal vez que no estoy a la altura de lucir sus queridas joyas? —<<Eres de las pocas mujeres que tienen una belleza natural>>. La voz de Andrés invadió de repente mi mente, logrando que apretara los dientes, ahogando así un gruñido de rabia: lo último que quería, era que él formara parte de aquello.

—No digas tonterías. —Repuso, sacudiendo la cabeza ligeramente, a modo de desaprobación—. Por supuesto que eres atractiva, y sin duda alguna, eres una belleza. —Alzó el brazo, zarandeando la mano para llamar la atención del camarero, y prosiguió—: Y si te soy sincero, Aguilar fue un imbécil por dejarte escapar. —Noté como mis mejillas se ruborizaban ligeramente, al tiempo que una especie de acidez nacía en la boca de mi estómago: aquel hombre lograba desconcentrarme, pues era obvio que quería ser amable, pero al mismo tiempo, tenía la impresión de que intentaba ligar de algún modo conmigo, y lo cierto era que no sabía como tomarme cada una de las palabras que salían de sus labios—. Claro que tampoco es algo que me sorprenda, siendo apenas un crío. —Agregó entonces, tras pedir al camarero una nueva botella de vino junto con otra de agua—. Entiendo que las parejas puedan pasar por ciertas crisis; de hecho, yo ya me he divorciado tres veces. —Aquella revelación logró cogerme por sorpresa, pues Yago López no parecía ser el típico hombre que cambiara de mujer tras un período de tiempo de matrimonio, aunque lo cierto es que tampoco podía juzgarle por eso: debía rondar los cuarenta años, y seguía manteniéndose igual de atractivo que un chico de veinticinco—. A veces pienso que es mejor estar solo, ¿sabes? —Continuó, apoyando con cuidado los antebrazos sobre la mesa, para entrelazar los dedos de sus manos—. Llega un momento en la vida en que te das cuenta de que no vale la pena enamorarte, sobretodo cuando ese amor no es correspondido. —Bajé la mirada hacia mi plato, sintiendo como la acidez se incrementaba, empezando a subir lentamente hacia mi garganta, y no pude evitar preguntarme si Andrés me había querido de verdad en algún momento. <<No quiero saber la respuesta>>, me dije, mientras cogía con decisión el tenedor para dar cuenta de mi plato. <<Es mejor no indagar en este tipo de cosas, sobretodo cuando todavía es obvio que no he superado nuestra ruptura>>—. Lo he dado todo por cada una de las mujeres que han formado parte de mi vida. —Estaba diciendo en aquel momento el italiano, sumido en su propio monólogo—. Pero al parecer, nunca fue suficiente; aún y así, de haber dejado embarazada a alguna de ellas, jamás me hubiera separado de ella. —Alcé el rostro para clavar mi mirada en la suya al escuchar lo del embarazo: ¿de dónde diantre había sacado aquél hombre el hecho de que yo estaba embarazada? <<En el mundo de la moda, los rumores vuelan a diestro y siniestro>>, me dije, sosteniendo la mirada a aquel hombre que se encontraba sentado enfrente de mí, quién parecía desafiarme a su vez. <<Hay muchas sanguijuelas en todos sitios, deseosas de saber algún trapo sucio o secreto íntimo de una persona en concreto para inventar a su antojo acerca de dicha víctima; tal vez alguna de esas modelitos que trabajan para Andrés también vio la prueba positiva de embarazo, y no dudó en hacer correr la noticia a todas las personas que pudo>>—. Por cierto, he de admitir que mantienes una buena línea a pesar de tu estado. —Admitió, volviendo a coger sus cubiertos, al ver que yo seguía guardando silencio.

—Tal vez sea porque no estoy embarazada. —Le espeté, mientras empujaba la silla hacia atrás, haciendo que las patas rechinaran ligeramente contra el suelo de linóleo al hacerlo, al tiempo que la confusión volvía a reflejarse en su rostro—. Si me disculpas, debo ir al baño. —Y antes de que el italiano pudiera abrir la boca, me levanté con decisión, y me dirigí hacia el baño, sin mirar ni una sola vez atrás.

* * * * *

Ruiz de Luna era el típico restaurante idóneo donde poder celebrar una boda de ensueño: de suelo de madera tono caoba oscuro, las mesas cubiertas con manteles blancos a juego con las sillas, las cuales tenían agarraderos en el respaldo, lo que las hacía destacar por su originalidad y techo con pequeñas bombillas que iluminaban la estancia, el restaurante ofrecía un aspecto elegante y moderno al mismo tiempo.

Para acceder a la zona del comedor, debías subir las escaleras que se encontraban enfrente de la puerta de entrada, donde habían algunas vitrinas de considerable tamaño, las cuales exponían con cierto orgullo la cerámica originaria de la ciudad, y a medida que subías las escaleras, tenías la sensación de ser una de aquellas princesitas de cuento de hadas que acudía a reunirse en secreto con el hombre por el que suspiraba -en mi caso, una llamada inesperada del empresario italiano- y por unos segundos, nada parecía real.

A pesar de que aquel restaurante siempre me había encantado, volver a él abría viejas heridas en mi interior que había deseado tener escondidas, pues aquel lugar era el que solía frecuentar con mi exnovio, y por supuesto, había sido el candidato para celebrar algún día nuestra unión marital. <<Demasiados planes que nunca llegaron a cumplirse>>, dijo entonces la voz de mi conciencia, mientras me observaba detenidamente en el espejo del baño, donde comprobé que se me habían empezado a formar ligeras ojeras bajo unos ojos que hacía días carecían del brillo de la alegría. <<Tal vez esta oportunidad que te ofrece López sea el comienzo de una nueva etapa>>.

Sin embargo, todavía no estaba muy segura en si aceptar o no su oferta: lo mío era escribir, no posar delante de una cámara para que me hicieran cientos de fotos que no servirían para nada hasta dar con la que realmente le convenciera.

Además, aceptar trabajar para Fascino, significaba volver al estudio de Andrés, y aquello no era algo a lo que estaba dispuesta a hacer, pues desde el momento en que le había dicho que todo había terminado, había decidido cortar contacto con todo lo que tuviera que ver con él. <<Cosa que tampoco has hecho, querida>>.

Detestaba aquella voz que albergaba en mi mente, y que yo asociaba a mi conciencia.

Era realmente molesta.

<<Está claro que la pelota está ahora en mi tejado>>, me dije, decidida a ignorar a aquella molesta e insignificante parte de mí que intentaba sacarme de quicio con su voz fantasma. <<Tal vez si juego bien mis cartas, pueda poner mis condiciones; además, dado mi historia con Andrés, debo suponer que López contratará los servicios de otro estudio para evitar ciertos problemas que pudieran surgir>>.

Decidí que llevaba demasiado tiempo metida en el baño, y que, probablemente, Yago López estaría empezando a preocuparse -o impacientarse- por si me encontraba bien, o sospechara que quizás me hubiese largado, por lo que decidí regresar a mi mesa, y acabar de zanjar aquel asunto.

Así pues, me observé una última vez para comprobar que todo estaba en orden, y salí del baño, con la cabeza gacha, cuando me di de bruces contra alguien, haciendo que yo retrocediera un par de pasos, sobresaltada.

—Perdone, no le he visto... —Empecé a disculparme, mientras alzaba el rostro, completamente avergonzada, cuando mis ojos se encontraron con aquella mirada que había hecho latir con fuerza mi corazón en más de una ocasión: Andrés se encontraba enfrente de mí, observándome igual de sorprendido que yo.

—Vaya. —Musitó, tras guardar silencio unos minutos, observándome de arriba abajo—. No puedo creer lo que veen mis ojos: pero sí es Hannah Moreno, la modelo del momento. —La frialdad en sus palabras hizo que un escalofrío me recorriera la espalda, y de repente sintiera la garganta demasiado seca como para poder tragar saliva: jamás había visto aquel odio hacia mí en su mirada, mucho menos que me hablara de una manera tan despectiva—. No negaré que me sorprende verte por aquí, aunque, conociéndote, seguro que has engatusado a algún pringado para conseguir lo que quieres... —Abrí los ojos como platos, perpleja ante aquella falsa e injusta acusación, y entonces, me di cuenta de que no solamente el odio y el rencor se reflejaban en sus palabras, si no que sus ojos enrojecidos me revelaban de que había bebido más de la cuenta.

—Habló el empresario del año. —Le espeté, fulminándole con la mirada—. El gran y correcto Andrés Aguilar: todo un ejemplo para la gente que le gustaba moverse en los turbios mundos del contrabando y... ¿Prostitución? —Apretó los dientes, con fuerza—. No puedo creer que tengas la poca vergüenza de soltarme alto así cuando el único que ha tratado a los demás como estúpidas marionetas, has sido tú...

—Encima de ladrona, rencorosa. —Me interrumpió, sacudiendo la cabeza a modo de desaprobación. ¿Ladrona? ¿Me había llamado ladrona?

—Ten cuidado con tus palabras, Aguilar. —Le avisé, acercándome a él mientras bajaba el tono de voz—. Porque todo esto puede salirte muy, pero que muy caro... —Entonces, antes de que pudiera darme cuenta, me cogió con fuerza de la muñeca, y me empujó hacia atrás, haciendo que mi espalda diera contra la pared, y no pude evitar sentir miedo: nunca antes había sido agresivo conmigo.

Nunca.

—Escúchame, niña. —Me espetó, acercando su rostro al mío, hasta que nuestros labios estuvieron separados por escasos milímetros—. Nadie, repito, NADIE me amenaza de ese modo. Y menos una escritorcilla de tres al cuarto que no supo adaptarse a la vida que le di. —Su rancio aliento me hacía cosquillas en mis labios, y cuando clavó sus ojos en los míos, me sentí completamente indefensa—. Yo te amaba. ¡Diablos! ¡Te sigo amando! ¡Pero no puedo evitar odiarte al mismo tiempo por haberme traicionado! —Tuve que hacer un gran esfuerzo por no echarme a reír: ¿yo le había traicionado? ¿De qué demonios estaba hablando?—. He visto las fotos que te hizo Clara el otro día, así que puedes imaginarte mi cabreo al comprender que habías regresado a mi casa sin ser bienvenida. —Empezó a acercar su cuerpo al mío, y aquello logró alarmarme todavía más.

—Suéltame, Andrés. —Le pedí, mientras forcejeaba con él, intentando librarme de su agarre.

—¿Por qué no me llamaste? —Inquirió, acercándose todavía más—. ¿Por qué no me dijiste que querías volver? —Sentí como los ojos se me anegaban de lágrimas.

—Nunca he querido volver. —Le aseguré, apartando la mirada de aquellos ojos que todavía parecían ejercer cierto control sobre mí—. No quería volver a verte...

—Claro, era mejor robarme sesiones fotográficas a mis espaldas para conseguir dinero por tu cuenta. —Me espetó.

—Suéltame. —Volví a pedirle, mientras apoyaba la mano que tenía libre sobre su pecho—. Debo irme, me están esperando.

—¡Me importa una m****a si te están esperando o no! —Me gritó, haciendo que diera un brinco, sobresaltada—. ¡No pienso soltarte hasta que me expliques porqué! ¡Y si debo llevarte a arrastras hasta mi casa para conseguirlo, lo haré! —Volví a forcejear, esta vez con más brusquedad, aunque sus dedos presionaban mi muñeca de tal manera que parecían clavarse en mi piel. <<¿Por qué nadie acude en mi ayuda?>>, me pregunté, alarmada, mientras miraba por encima de su hombro. <<¿Es que acaso nadie está oyendo los gritos?>>

—Me estás haciendo daño. —Le dije, con un hilo de voz, al tiempo que las lágrimas ya rodaban por mis mejillas—. ¡Suéltame!

—Yo te amaba, Hannah. —Repitió, ignorando mi petición—. Te sigo amando... —Entonces, acabó de acercar sus labios a los míos, y me besó, con torpeza. <<¡Ahora!>>, , me dije. Como pude, levanté una pierna, propinándole un rodillazo en sus testículos, logrando que se apartara de mí, inclinándose ligeramente hacia adelante, soltándome finalmente la mano—. ¡Mierda! ¿Por qué diablos has hecho eso? —Notando como el corazón me martilleaba dentro del pecho, me hice hacia un lado, y empecé a correr, sin poder dejar de llorar—. ¡Hannah, espera! ¡Hannah! —Bajé las escaleras sin volver la vista ni un momento hacia atrás, y tras empujar la puerta de entrada al restaurante, seguí corriendo hasta llegar a mi vehículo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados