Chantaje de amor al magnate
Chantaje de amor al magnate
Por: Lypurbina
1. Despertar

Leonora

Su alarma sonaba insistentemente, molestándola hasta que sus ojos se abrieron y un gruñido de queja salió de sus labios. Se revolvió en la cama sin querer moverse ni un poco, pero el estúpido sonido del su celular impidió que volviera a dormirse cómodamente. Rebuscó debajo de sus almohadas hasta encontrar el aparato y acabó con el pitido resonante que se suponía eran sonidos de la naturaleza. Con un suspiro volvió recostarse en las tres almohadas mullidas con las que dormía, pero antes de que cerrara los ojos unos fuertes golpes en la puerta se escucharon.

-Leonora, levanta tu culo de la cama -se escuchó la voz de una de sus mejores amigas desde el otro lado -tienes cosas que hacer, no puedes quedarte a dormir todo el día.

Ella gruñó con enojo, tapándose la cabeza con la almohada más cercana.

-¡No me gruñas! -exclamó la misma voz volviendo a tocar con fuerza -levántate ya, no me hagas entrar a tu habitación.

-Sí, mamá -se burló ella alzando la voz, pero levantándose definitivamente.

Con un suspiro se quitó las sábanas del regazo y se dirigió al baño. Se duchó, se lavó los dientes y se vistió con una ropa sencilla. Se suponía que ese día debía ir a ver a sus padres con urgencia, algo poco común, cuando se refería a su padre, y que la había dejado extrañada.

Su madre le había escrito la semana anterior indicándole que debía ir a verlos, le decía lo importante que era que pudiera asistir en ese momento pautado y le había dejado saber el tono de emergencia que se mostraba. Ella se había preocupado, por lo que pidió explicaciones de inmediato, pero su mamá no había soltado nada, solo le había reiterado que debía ir a verlos y eso era lo que haría esa tarde. Algo que le hacía sentir algo de ansiedad en la boca del estómago.

Salió de su habitación persiguiendo el delicioso olor del café y se sirvió una taza en la cocina. Tropezó con las cajas de cartón apiladas en las esquinas del departamento mientras se abría paso hasta una de las sillas del mesón. Disfrutó de su café, mientras esperaba a que Anya, la persona maravillosa que la había levantado, regresara a la cocina. Estaba segura de que su amiga había hecho el desayuno, era algo que acostumbraba a hacer por ellas y lo agradecía como una de las muestras más genuinas de amor.

-Hice pastelitos de carne y queso con el spray de oliva -le indicó Anya llevando su propia taza de café en las manos -están guardados en el microondas.

-Gracias infinitas, mi Ann -ofreció ella levantándose para buscar el plato -no puedo explicar con palabras lo que ese gesto significa para mí.

-Lo sé, Nora -sonrió Anya con gracia -tienes siete años diciéndome lo mismo. Solo asegúrate de dejarle algunos a Carolina.

-Carolina debe estar en un plano distinto a estas alturas, luego de la nochecita que se disfrutó -argumentó ella volviendo a sentarse en el mesón -no le harán falta.

Y tenía que haberla disfrutado, porque había escuchado los gemidos de su amiga la noche entera. Había querido quejarse golpeando la pared que dividía sus habitaciones, pero se había sentido demasiado extraño demostrar que estaba despierta y escuchándolo todo.

-Dudo mucho que ella piense lo mismo -comentó Anya riendo y sentándose junto a ella.

Devoró los pastelitos en el plato como si fuera el manjar más delicado, mientras Anya terminaba su café. Se sentía como si estuvieran viviendo otro día de la rutina a la que estaban acostumbradas, pero sus días universitarios tendrían una pausa a partir de ese momento, para poder asumir responsabilidades en la empresa familiar. Era por esa razón que había cajas por todos lados, debían dejar el departamento cercano a la universidad para poder mudarse a un lugar nuevo. Una de las cosas que permanecería igual, sin embargo, era el compartir espacio con sus mejores amigas, porque las tres deseaban seguir viviendo juntas.

-Salir anoche fue una mala idea -afirmó ella volviendo a guardar el plato en el microondas -debo volver a decirlo, porque mis ojeras son tan marcadas y oscuras cómo es posible.

-Lo siento, pero no acepto quejas esta mañana, Nora -negó Anya con simpleza -tenías el poder de decisión anoche y quisiste ir con nosotras a celebrar el fin de una era. Ya no hay espacio para lamentos, recriminaciones o reproches. Tómate otra taza de café, ponte algo de corrector y ve a ver lo que quieren tus padres.

-Eso haré -asintió ella con un bostezo -pero quiero seguir durmiendo, solo digo. Espero que mamá no esté siendo dramática, de verdad voy a molestarme si resulta que lo que sea que tengan que decirme no es urgente en una escala de vida o muerte.

-Yo espero que sí lo sea -rebatió su amiga con una sonrisa -porque eso sería una buena noticia. Me da algo de miedo que tus padres no puedan ayudarnos con la inicial del nuevo departamento o algo parecido, no quiero tener que vivir con desconocidos.

-Eso no va a suceder, Ann mía -negó ella restándole importancia a la situación -la inicial ya es un hecho, mamá me lo dijo hace dos semanas. Así que los asuntos que requieren solución no tienen que ver con eso.

Su amiga le sonrió con incomodidad y se levantó para limpiar la taza de café.

-No sé cómo es que estás tan tranquila -comentó Anya -si mis padres me enviaran un mensaje como el que tu madre te envió, estaría enloqueciendo en estos momentos.

-Tal vez lo haría si mi madre fuera como la tuya -explicó ella -pero conocemos a Miriam y su vena dramática. Mi madre puede hacer de una renovación de cocina, una emergencia y lo sabes.

-Lo sé -asintió Anya sonriendo. Estaba segura de que su mejor amiga recordaba la ocasión en la que su madre las hizo ir corriendo hasta su casa con la excusa de una emergencia y efectivamente resultó que solo necesitaba consejo para decorar las habitaciones de invitados que estaba renovando.

-Como sea, solo avísame lo que sucede, con un mensaje, cuando estés allá -insistió su amiga revisando el reloj que siempre llevaba en la muñeca -y será mejor que te vayas o no llegarás a tiempo.

-Tú también debes irte, los casos no se ganan solos -convino ella -¿qué haremos con Carolina?

-Levantarla junto al desconocido que sigue en su habitación -afirmó Anya acercándose a la puerta de su amiga.

Ella no pudo evitar reír cuando escuchó las quejas y los golpes del despertar de Carolina.

-¿Qué sucedió con tu hombre? -preguntó ella entonces en dirección a Anya -si mal no recuerdo tú también trajiste compañía anoche.

-Lo despaché temprano -afirmó su amiga con un ademán de la mano -el tipo quería desayunar aquí y ni siquiera fue tan bueno en la cama. No valía la pena seguir desperdiciando mi tiempo en él, así que amablemente le pedí que se marchara.

-Dudo mucho que fuera amable -se burló ella -tu sentido de la empatía, del cual careces, te hace ser demasiado sincera.

-No es importante -dijo su amiga con una sonrisa que tenía ese extraño lado oculto -de todas formas no es como si quisiera que el tipo regresara. Es mejor no volver a verlo por aquí.

Negando, ella se acercó a la puerta del departamento tomando sus llaves y su bolso, justo a tiempo para ver salir a un hombre mal vestido de la habitación de Carolina mientras su amiga se frotaba el rostro con sueño. El hombre le dijo algo en medio de la sala, pero Caro solo sonrió aburrida.

-No tengo tiempo para café o desayuno esta mañana, cariño -contestó su amiga al hombre -es mejor que vayas a hacer tus cosas y que tengas buen día, adiós.

Con esas palabras Caro le dio la espalda a un descolocado desconocido, quien se puso su chaqueta para caminar hacia la puerta sin despedirse. Se quedaron solas unos segundos más tarde y ella no pudo evitar reírse de sus amigas.

-No puedo creer que despachen a los hombres de ese modo -comentó ella abriendo la puerta una vez más.

-No es despacharlos, es tener un objetivo -negó Carolina sentándose en el mesón con el plato de pastelitos -lo sabrías si te dignaras a salir con algún hombre, pero nunca lo haces.

-No vale mi tiempo o esfuerzo -argumentó ella al igual que siempre y sus amigas se mantuvieron en silencio como en las ocasiones anteriores.

Agradecía que nunca mencionaran la falta de acompañantes masculinos en su habitación, porque el tema la incomodaba. Ser una mujer virgen de veintiséis años, ya se sentía extraño, tener dar explicaciones era mucho peor.

-Como sea, ¿no deberías estar en camino a la casa de tus padres a estas alturas? -preguntó Carolina con la boca llena.

-Sí debería -asintió Anya respondiendo por ella -pero parece que Leonora no quiere saber cuál es la emergencia que sus padres necesitan comentarle.

-Vete ya, Nora -le dijo Carolina sin verla -y envíanos un mensaje cuando sepas lo que sucede.

-Sí, hazlo, por favor -insistió Anya.

-Bien, ya me voy -se rindió ella con exasperación -haré el viaje de dos horas hasta mi hogar solo para que mamá pueda pedir mi opinión sobre los nuevos muebles.

Cerró la puerta del departamento sin esperar respuesta y se subió en el ascensor del edificio. Una vez en el estacionamiento, entró en su auto para ponerse en camino. Pasó las dos horas de viaje disfrutando de su lista de música preferida, se detuvo para comprar helado y se distrajo con lo que veía en la ruta hasta que la entrada de la residencia exclusiva en la que vivían sus padres quedó a la vista.

Anunció su llegada y esperó unos segundos a que confirmaran su identidad. Cuando vivía allí, no era necesario esperar porque era reconocida por todos los guardias de seguridad, pero habían pasado seis años desde que se había mudado, por lo que se había acostumbrado a aquel proceso en sus visitas. La dejaron pasar por fin, así que condujo hasta la entrada de la inmensa casa en la que se había criado y se estacionó allí.

Carmela, la mujer de servicio que había trabajado en su casa desde que tenía memoria, salió para recibirla con una sonrisa. Con un abrazo dulce la llevó a la cocina para poder darle de los manjares que había preparado para ese día y luego se marchó para poder anunciarle a sus padres sobre su llegada a la casa.

El lugar se veía bastante vacío y el ambiente que se percibía era lúgubre. Por lo general, su hogar siempre estaba lleno de visitas. Las amigas de su madre daban vueltas por el lugar o los socios de su padre tenían reuniones personales en la oficina que el hombre tenía en la parte trasera de la casa, pero ese día no había nadie allí y darse cuenta de ese hecho la hizo sentir nerviosa de pronto. Esperó pacientemente a que Carmela regresara, por lo que cuando lo hizo, se levantó de la silla en la que se había acomodado.

-Tus padres esperan en la oficina, Leonora -informó la mujer con un aire de seriedad que no había tenido al saludarla.

-De acuerdo, iré a verlos -asintió ella y se marchó en la dirección que ya conocía.

A medida que fue recorriendo los metros necesarios, su estómago se fue llenando de nervios e incomodidad. Se había burlado de las emociones de Anya, pero ahora no estaba segura de que su amiga se hubiera equivocado con el mensaje de su madre en aquella ocasión.

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