—¿Cuánto tiempo? —le pregunté a Amy cuando salíamos de la sala de emergencias.
—Tres o cuatro semanas. Quiero confirmarlo con mi médico mañana a primera hora.
La ayudé a subir al auto y le abroché el cinturón de seguridad.
—¡Mierda, Fran! ¿Qué carajos está pasando? —masculló cuando me senté tras el volante.
—¿Tú me lo preguntas? —Salí del estacionamiento en reversa y bajé a la calle—. ¿Por qué quisiste venir a la mansión así, de la nada? Habíamos desayunado juntas y ni lo mencionaste.
Ella meneó la cabeza, ceñuda. —No lo sé. Cuando pasaste a despedirte, sentí con intensidad que tenía que venir contigo. Hace mucho que dejé de cuestionar esos impulsos, así que simplemente lo segu&iacut