Amy y yo nos detuvimos ante la puerta del estudio, donde las cosas todavía seguían moviéndose. Parecía que la loca Cristine ya no podía con los muebles pesados, así que se dedicaba a vandalizar objetos más pequeños. Sin prestar atención a los ruidos, Amy explicó en detalle lo que estábamos por hacer.
—Cuando ustedes digan —dijo mi teléfono, mostrando que no me había instruido sólo a mí.
Respiré hondo, abrí la puerta para asomar la cabeza e hice gala de mi pobre francés.
—Un moment, Cristine, s’il vous plait.
Creo que la tomé por sorpresa, porque dejó de hacer volar cosas. Entramos y mi primera mirada fue para mi laptop. La había olvidado completamente cuando Amy resultara lastimada. Seguía sobre el escritorio, al parecer intacta. Me apresuré a tomarla y sacarla del