Huelga decir que Susan todavía no se había ido cuando regresamos a la mansión, riendo y hablando de la hora que pasáramos en la casa de huéspedes. Insistió en servirnos la cena mientras nos duchábamos, y casi tuve que sacarla a rastras para que nos dejara tranquilas.
Apenas terminé de comer, bajé al sótano a ver cómo estaba Kujo. No sabía por qué, pero sentía la necesidad de cerciorarme que estaba bien.
—¿Todavía huelo a salvia?
—Apestas.
—¡Serás desconsiderado! —protesté riendo.
Joseph seguía allí y me demoré con ellos, contándoles cómo había ido la limpieza. Cuando volví a subir, me di cuenta que no me sentía cansada en absoluto, sino bien despierta, como para pasar toda la noche en vela.
Amy y Trisha seguían en la