Aunque pareciera que la artífice de las desgracias de los Townsend parecía haber sido tragada por la tierra, ella permanecía agazapada en la oscuridad, ocupándose de seguir cada paso que Blake y Maddie daban.
El aire del cuarto era espeso, cargado del olor a tabaco y alcohol barato. La luz tenue apenas iluminaba las paredes cubiertas de humedad, donde el papel tapiz se despegaba en jirones como piel muerta. En el suelo, un cenicero desbordado y botellas vacías daban testimonio de noches sin sueño. Las sombras angulosas de Ava y Vinnie danzaban con el parpadeo de una vela agonizante, espectros atrapados en su propia miseria.
Como buena estratega y astuta manipuladora ella ya estaba trazando su próximo plan, puede que lo primero le hubiera salido mal, pero eso, no la iba a detener.
— Al menos, me deshice de esa loca del demonio —dijo, esbozando una sonrisa mientras soltaba el humo del cigarrillo que fumaba—. No sé quien es el tipo que me hizo ese favor, pero se lo agradeceré toda mi vid