Capítulo treinta y dos. El veneno de los celos
La primera impresión de Ryan fue creer que Emma estaba bromeando, sin embargo, dejó de pensarlo en el momento que Emma caminó al closet y sacó una sábana, cogió una de las almohadas de la cama y se las colocó en las manos.

—Ten una buena noche —dijo sin más lo empujó fuera de la habitación y le cerró la puerta en las narices.

Por supuesto que para Emma hacer todo eso no fue fácil, le dolía en el alma las palabras de Ryan. Le dolía que él no se diera cuenta todo lo que ella lo amaba y que le importaba tres pepinos, lo que la gente opinaba de la edad que existía entre ellos, si a ella no le importaba, ¿Por qué tenía la gente que meterse?

Con el enojo, la decepción y el dolor se metió a la cama y trató de dormir. Mañana tendría un día duro por delante.

Mientras tanto, Ryan abrió los ojos, incapaz de poder dormir, se dio vuelta un par de veces en el sillón intentando no caer al piso, sin embargo, en la última revuelta terminó de nalgas contra el suelo.

Él maldijo, se puso de pie moles
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