RELATA DAYANA.
Al llegar a mi recámara, me lanzo en ella, quedo mirando hacia el tejado y suspiro mientras río como una loca enamorada. Jamás imaginé ser la mujer que él quisiera en su vida; para mí, era un sueño hecho realidad. Antón Montalvo estaba enamorado de su secretaria, ¡o sea, yo! Abrazo mi almohada e, imaginando una vida junto a él, me quedo dormida. Al día siguiente, despierto con una actitud más emocionante. Las energías que tenía reprimidas las saco a flote y expreso en cada acción mi felicidad. Llego a la oficina con una gran sonrisa. Rous me pregunta por qué estoy tan feliz, y no le digo el motivo, pues esto seguirá oculto hasta que Antón me diga que lo revelaremos. Cuando la puerta del elevador se abre, esbozo un suspiro. —Buenos días —digo. Él asiente con un movimiento de cabeza, pasa de largo, se detiene en la puerta y, de espaldas, me habla. —Dayana, le espero en mi oficina —dejo ordenado mi escritorio y, tratando de que no se note mi emoción, porque la mirada de Rous está puesta en mí, voy detrás de él. Al entrar, ya está sentado. Mi corazón se acelera y mi cuerpo entero tiembla, porque, a pesar de que me mira serio y de una forma extraña que no logro descifrar, su sola mirada puesta en mí me pone a temblar. —¿Cuál es mi agenda del día de hoy? —¿Solo eso me va a preguntar? Pienso para mí misma. ¿No preguntará cómo amanecí, si ya desayuné, si lo soñé y lo extrañé? Me pierdo en los pensamientos; cuando regreso de ellos, ladeo la cabeza. —Señor, hoy tiene… —¿En qué quedamos? —se levanta de su asiento, camina hacia mí, dejándome completamente helada. —Se… —al darme cuenta de mi error, sonrío y suelto un suspiro—. Antón, nos verán —no hace caso a mis palabras, empieza a besarme de forma brusca. Y debo decir que me encanta. Como muñeca, me levanta y posa en el escritorio. En ese momento, llevo la mirada al gran ventanal. Suspiro cuando veo que Rous no está ahí. —Soy el dueño de la empresa. ¿Por qué tendría que importarme que me vean con mi secretaria? —sonriendo de medio lado, vuelve a besarme, baja por mi cuello logrando poner mi piel de gallina. —Antón, no quiero tener mi primera vez sobre un escritorio —se detiene al escuchar lo que digo. —¿Significa que no has estado con nadie? —Asiento. —Perdón —se aleja—. No lo sabía. ¿En qué estábamos? —regresa a su escritorio. Miro hacia el ventanal; veo a Rous que viene llegando. Trato de mantener la relación de jefe-empleado para que no se desaten chismes. —Tiene una reunión a las nueve, otra a las diez y las dos últimas a las dos y cuarto… y por la noche llegará a una cena con sus amigos, Freddy y Judy. —Ok. ¿Algo más? —Nada más. —Quiero que me acompañes a la cena con mis amigos. Para esta noche, uso un vestido largo hasta los tobillos, de mangas largas, abierto en el pecho y de color azul con bolitas blancas; es suelto de la cintura hacia abajo, pero delinea mis caderas. Mi cabello lo alzo formando una rosa, dejo un par de mechones en cada costado de mi rostro, retoco mi rostro con algo de maquillaje. Al verme en el espejo, me siento satisfecha. Cuando me llega el mensaje, bajo rápidamente. Ya está frente a mi edificio. Suspiro al verlo. Al acercarme, toma mi mano y la besa con mucha delicadeza. Él, siempre tan caballeroso. Aunque hay veces que sentía sus besos muy salvajes, como si me besara con enojo, no dejaba de ser un caballero. —Estás hermosa. Me besa con suavidad, logrando que mi pecho estalle en latidos. De repente, el beso cambia a brusco, hasta irritar mis labios. Se aleja de mí, tomado de la mano, me lleva al coche. Una vez que llegamos al restaurante, nos acercamos a la mesa donde ya se encontraban dos elegantes hombres de su misma edad. —¡Broo! —palmean sus espaldas sonriendo. —Bienvenido, Freddy, Judy —se gira a verme y me lleva a él—. Les presento a… —hace una pausa— Dayana Bracamonte, mi novia. —Un gusto, Dayana —dicen ambos. —El gusto es mío. En esta noche, la pasan hablando de su adolescencia. Recién vengo a darme cuenta de que Antón no es mexicano, que su adolescencia e infancia las pasó en Ecuador, que su círculo de amigos es de este país. Le veo sonreír y divertirse. Aunque estoy excluida de la conversación, me siento feliz por Antón, porque nunca antes le había visto sonreír tanto. El más divertido de todos es Freddy; incluso amable, trata de incorporarme en cada tema. Dice ser un cantante muy reconocido en su país y que, gracias a Antón, se está abriendo en México. El otro, Judy, se ve muy serio; por lo que entiendo, es un militar muy importante de su país. —Háblanos de ti, Dayana. ¿Tienes familia? —esa pregunta me incomoda; tanto Antón como sus amigos me miran en espera de una respuesta. —No tengo familia; mis padres murieron hace dos años y me quedé sola. —Vaya, el destino los unió por un mismo dolor. Antón también perdió a sus padres cuando tenía 5 años —veo a Antón presionar sus puños y su mandíbula ponerse tensa. —Freddy, no hables de ese tema. No creo que a Dayana le interese escuchar sobre el pasado de nuestro amigo —dice Judy, y Antón levanta la copa para beber de ella. —Claro que me interesa —llevo mi mano sobre la suya que reposaba en la mesa, pero al sentir mi roce, la saca bruscamente. Cambia de actitud de un momento a otro. —Voy al baño —se levanta y se va. —Iré contigo —Judy se levanta y lo sigue. —Disculpa, Dayi, es que a mi amigo aún le duele la muerte de sus padres. Los mataron a sangre fría y luego incendiaron la casa. Cada vez que tocamos este tema, se pone así; cambia de actitud alegre a furiosa. —¡Qué tragedia! —Sí, él está vivo de milagro. Sus padres lo protegieron. Y una bala rozó el oído de su tía Inma. Fueron los únicos que sobrevivieron. Sus padres y abuelos maternos murieron. Pensé que te lo había contado. —No lo sabía; apenas llevamos saliendo dos días. —¿En serio? —asiento. Antón llega y dice: —Nos vamos. Me despido de Freddy, porque el otro no me permite el saludo. Después de ir al baño, me mira con desprecio y no entiendo el motivo. Quizás fue porque reabrí las heridas de Antón. De camino a mi edificio, no dice nada; se mantiene en silencio. Tampoco trato de hablarle de ese tema, se ve muy molesto y herido; no quisiera decir algo que pueda alterarlo o entristecerlo más. Al llegar a casa, contiene la mirada al frente. Me acerco a darle un beso, pero gira el rostro y solicita con desdén que me baje. Murmura algo que no puedo entender, y para no cuestionar lo que dice, me bajo. RELATA DAYANA Apenas pongo un pie en el suelo, arranca; se marcha a toda velocidad. Me quedo contemplando el coche hasta que lo pierdo de vista. Soltando un suspiro, subo a mi departamento. Cuando me acuesto en la cama, recuerdo lo que dije sobre mis padres. Varias lágrimas se desbordan de mis ojos porque me atrevía a negarlos cuando aún están vivos. Aunque para ellos yo nunca fui importante, seguramente, después de lo que hice, menos lo seré. Pensando en ellos, me quedo dormida. Al día siguiente, me dirijo hacia la oficina, organizo todo para que cuando llegue él, todo esté listo. No sé nada de él desde la noche anterior. No responde mis llamadas, menos mis mensajes; tampoco ha venido a la empresa y no sé qué sucede con él. Es ya mediodía y él no llega; procedo a retirar el café y me dirijo al almuerzo. Había quedado de verme con una amiga, quien fue la primera en extenderme la mano cuando llegué a este país. —Creí que ya no venías. —¿Por qué no iba a venir? No me perderé un almuerzo contigo. —Has pasado muy ocupada estos días. —Es verdad, Cristi; mi jefe, ahora mi novio, me ha recargado de trabajo. —Muy mal; si es tu novio, debería tener más compasión de ti. ¿No lo crees? Cristi se ha convertido en una gran amiga, una como ninguna otra, porque yo nunca tuve amigos de verdad. Los que quedaron en Los Ángeles solo eran compañeros de colegio; ni uno de ellos podía considerar amigos. … Pasó un par de semanas en las que no sé nada de Antón. Hasta hoy en la noche, que toca a mi puerta. —¿Puedo? —pregunta con seriedad, pero ya no como esa noche. —Claro —suelto un suspiro al momento que pasa por mi costado, dejando su aroma varonil en el viento. Cierro la puerta y me encamino a la pequeña sala. Llegando ahí, se acerca. —Perdón por mi comportamiento de hace semanas atrás. El tema de mis padres es algo que saca una faceta de mí que afecta a todo mi círculo —suspira. Asiento por su perdón; tomándole la mano, pregunto: —Lo hablaremos cuando llegue el momento de hablarlo. Me mira de una forma confusa. Es como si se esforzara por no mirarme con odio. —Así será —sonríe. Toca mi rostro, me da un beso suave, el cual se vuelve brusco con el pasar de los segundos, hasta llegar al nivel de pasión. Deja de ser suave, pasa a ser violento, y termina siendo un beso ferviente, cargado de pasión. Sus manos ruedan por mi espalda, llegan a mis nalgas; me ajusta de estas, logrando que roce su bulto. Antón me eleva al nivel de sus caderas, me sienta en el filo del mueble. Sus manos continúan recorriendo mi cuerpo, y cuando su boca bucea entre mis senos, musito: —Creo que vamos muy rápido —agrego para que me suelte. —No creo —dice, volviéndome a besar. Suelta mis labios, suspirando grueso, musita—: ¿Quieres ser mía, Dayana? ¿Quieres que te haga el amor? —Siempre he soñado con casarme antes de intimar —él me mira, sonríe y ladea la cabeza. No comprendo lo que le causa gracia, pero seguido propone: —Entonces, casémonos. —¿¡Qué!? —Lo que escuchaste, cásate conmigo. —Pero apenas nos estamos conociendo. —¿Y eso qué? Nos queremos y eso es suficiente para casarnos. —Sí, pero ¿no crees que todo está yendo muy de prisa? —Cuando dos personas se aman, no se necesita tiempo. Para conocernos, podemos hacernos mientras convivimos. ¿No lo crees? —me mira fijamente, esperando una respuesta—. ¿Me amas, Dayana? —Por supuesto que te amo. —¿Qué tanto me amas? ¿Lo suficiente para casarte conmigo? —asiento. Sonríe y me besa suave—. Voy a hacerte muy feliz —siento que lo dice entre dientes, porque tiene presionado mi labio inferior—. Demasiado feliz, ya lo verás. Invade mi boca con su lengua, elevando la temperatura de mi cuerpo, produciendo que mi panty se humedezca. Vuelve a elevarme entre sus brazos, me lleva hacia una puerta; le indico que esa es la del baño. Sonríe y me lleva a la otra puerta, donde procede a tirarme en la cama y desnudarme. Mirándome fijamente, rueda mi panty; aprieto mis piernas para cubrirme. —Déjame verte, hermosa. Quiero ver tu cuerpo —me ayuda a levantar. Saca mi blusa y, con ojos de lujuria, me mira. Joder, en su mirada veo deseo, un deseo que trasciende de su mirada—. Eres hermosa, Dayana, muy hermosa. Vuelve a besarme hasta caer en la cama, recorre cada centímetro de mi cuerpo. Y así, delicadamente, me hace suya. Por primera vez en la vida, estoy en los brazos de un hombre, y lo más maravilloso es que es con el que siempre he amado. —Antón —me mira mientras se hunde lentamente en mí—. Te amo —le digo. Él solo sonríe y procede a hundirse sin restricción. Unas cuantas lágrimas ruedan de mis ojos; él las nota y procede a limpiarlas. —Pasará, y cuando pase, lo disfrutarás. Así sucede, tal cual lo dice. El dolor se va y viene la satisfacción. No pensé que esto fuera maravilloso. Es que creo que cuando se hace con la persona amada, lo es. Terminando, Antón se recuesta a mi lado; me acerco a él y lo abrazo. Le miro y tiene la mirada posada en el techo. De pronto, me quita la mano y se levanta. Observo su espalda desnuda y lo escucho. —Nos vemos mañana en la oficina. —¿Te vas? No responde; solo recoge la ropa y se viste. Una vez vestido, viene a mí, asienta las manos en el colchón, acerca su rostro y me habla muy de cerca. —Nos vemos mañana —me da un beso corto y se va. Me hubiera gustado escucharle decir que fue la noche más hermosa de su vida, como lo fue para mí. Pero supongo que él es un hombre experimentado en esto y ha tenido mejores noches que esta. Temprano me levanto y voy a la empresa. Estoy revisando algunos correos cuando me llaman; contesto sin mirar el contacto. “Te encontraré y te haré pagar por todo”. Mi rostro se vuelve pálido; suelto el teléfono. Rous me ve y se encamina hasta mí. —¿Qué sucede? Estás blanca como un papel.