—Muy bien, pues que todo quede a disposición de Chloe en los días que yo no esté en la casa. Cualquiera que no respete a Chloe me está menospreciando.
La mayordoma se puso seria y contestó: —Señora, lo sé.
—Colgaré si no hay nada más.
Sandra terminó la llamada y bajó del avión.
No llamó a su marido ni avisó a nadie para que la recogiera. Volvió con antelación sólo para ver si Chloe podía gestionar la familia y la empresa mientras ella estaba ausente.
Ella y sus guardaespaldas pararon dos taxis. No iba a casa, sino a Fisher Capital.
Pasaron diez minutos antes de que Sandra llamara a Enrique, que tardó un rato en responder.
—¿Qué estás haciendo? Has tardado tanto en contestar. —preguntó Sandra a su marido.
Enrique jadeó y mintió: —Estoy en casa, es que mi móvil se estaba cargando arriba y subí corriendo a contestar. Qué cansancio.
Sandra se rio y comentó: —Tienes más de setenta años, ya no eres un chico.
—Cariño, ¿cuándo vuelves? —preguntó Enrique —¿Necesitas tanto tiempo para ir a una b