Oh, querido principe. Un gusto no tan grato...
Hamza llevó a Kalila a una habitación del palacio apenas tuvo la oportunidad de escabullirse.
—Déjame en paz. —Kalila se soltó de su mano y se alejó a un rincón —. ¿Qué quieres, Hamza? Llevas días ignorándome y ahora me traes aquí.
El hombre suspiró y la miró a los ojos.
—¿Qué quieres tú, que diga? ¿Quieres que te pida disculpa?
Ella se cruzó brazos, enarcó una ceja y asintió.
—Eso vendría bien.
Él rodó sus ojos.
—Bien. —Se acercó un poco hasta ella y tomó sus manos y las entrelazó con las de él—. Discúlpame, Kalila…
Ella trató de mirar a otro lugar y esconder una sonrisa.
—Te quieres reír… —Ella negó—. Claro que si te quieres reír, Kalila.
Y se rio de él.
Dejó de hacerlo y se acercó aún más a él. Llevó sus manos junto a las del hombre y las descansó en su pecho.
—¿Por qué lo haces, Hamza? —indagó—. ¿Por qué me pides disculpas? Casi nunca lo has hecho.
El hombre mirándola a sus ojos, sin entender por qué lo hacía, solo respondió:
—No lo sé…
Ella rio fingidamente.
—Yo te lo diré —propu