EDMOND
May me tenía preocupado, así que salí temprano del trabajo. Me aseguré de llamarla para saber cómo estaba. Pero cada llamada iba al buzón de voz. No era propio de ella. De camino a casa, no podía quitarme de encima la preocupación que me hervía la sangre. ¿Qué demonios le habría hecho pasar Snuggle?
El semáforo se puso en rojo, pero no me detuve. En cambio, pisé el acelerador y mi coche pasó a toda velocidad por la intersección. Sabía que estaba infringiendo la ley, pero no me importaba. Necesitaba llegar a casa, y necesitaba llegar rápido.
Zigzagueaba entre el tráfico, cerrando el paso a otros conductores y tocando la bocina. Mi mente iba a mil por hora, y no podía frenarla. Pensar en todo lo que había salido mal hoy me daba vueltas en la cabeza como un huracán. Sentía que me subía la presión y el corazón me latía con fuerza. Sin embargo, me estaba desquitando en la carretera. En el fondo, sabía lo que era. Siempre había pensado que May y yo no éramos como criaturas. Pero Snug