Lucas de repente se sintió preocupado, temiendo que bajo la apariencia calmada de Ana, en realidad, pudiera estar sufriendo internamente. Por eso, sin importarle su propio cansancio, se apresuró a volver en coche a buscar a Ana. Después de colgar el teléfono, Ana también se quedó absorta. Decir que no estaba decepcionada sería mentira, pero quizás por haber experimentado tantas veces situaciones similares, se había calmado gradualmente. Lo que había sucedido, ya no podía cambiarse, y nada de lo que hiciera tendría sentido.
Ana, perdida en sus pensamientos, oyó de repente pasos apresurados afuera. Ese sonido, por alguna razón, también la puso nerviosa. Pero antes de que pudiera reaccionar, alguien abrió la puerta y entró.
Era Lucas.
El hombre había venido corriendo, aún jadeando por el esfuerzo. Al ver que Ana estaba bien, simplemente sentada allí sin nada extraño, Lucas finalmente respiró aliviado.
Sin embargo, Ana lo miró extrañada:
—¿Por qué has venido corriendo así? ¿Pasa algo?
—No