61. Al borde
Stefanos
Nuria estaba allí. En mi cama. Tan pequeña, tan destruida... y aun así, más fuerte que cualquier loba que haya conocido.
La película seguía en la pantalla, una de esas comedias ridículas que jamás elegiría ver en mi sano juicio. Pero ella estaba casi dormida, encogida bajo mi manta, pegada a mi lado, con mi brazo rodeándola como si fuera lo único capaz de mantenerla entera. Mi mano se movía despacio, hundiéndose en los hilos húmedos de su cabello. No podía parar.
Ella no decía una palabra, pero su cuerpo me hablaba.
Poco a poco, la tensión cedía. El ritmo de su respiración se desaceleraba, como si mi presencia la anclara en el presente.
Mi lobo permaneció en silencio, no por paz, sino por furia contenida. Ardía por dentro. Gritaba por sangre. Quería venganza.
Pero, más que eso... quería mantenerla allí. Intocable. Mía.
Me permití observarla, con una calma que no sabía poseer. Sus largas pestañas temblaron suavemente cuando ella suspiró, dando espacio al cansancio que se exten