28. Deber
Stefanos
La quietud de la habitación contrastaba brutalmente con el caos que aún ardía en mi mente.
No estaba acostumbrado a este tipo de silencio.
Mis ojos se abrieron despacio, y el techo de madera oscura me recibió como un recordatorio de que estaba de vuelta. Pero algo parecía… mal.
Lo último que recordaba era el dolor corriendo por cada fibra de mi cuerpo. El veneno quemando en mis venas, haciendo que cada respiración fuera un esfuerzo.
Pero ahora...
Nada.
Parpadeé algunas veces, ajustando mi visión a la penumbra. El fuego en la chimenea ya se había transformado en brasas, proyectando sombras vacilantes por la habitación. El aire estaba cálido, cargado con el olor de la madera quemándose lentamente.
Y entonces, otro olor me golpeó.
Sutil, pero inconfundible.
Nuria.
Mis sentidos se agudizaron al instante.
Mi mente recordó su toque, sus dedos presionando mis heridas mientras yo luchaba contra el sueño. ¿Pero dormí?
Mi lobo gruñó, irritado por su propia vulnerabilidad. Me moví brusc