109. Obsesivo y mío

Nuria

Él me miraba como si el mundo entero fuera insignificante a mi lado.

Sus ojos ardían, el cuerpo tenso como si cada fibra muscular le implorara tocarme… y cuando sus manos se deslizaron por mis muslos con firmeza, sentí mi cuerpo vibrar.

"No tienes idea de lo que acabas de decirme", susurró, la voz baja, ronca, cargada de algo que rozaba la locura. "Mi dulce Ruina… mi dulce perdición".

Antes de que respondiera, su boca se pegó a la mía con urgencia.

El beso era rudo y dulce al mismo tiempo, como si quisiera devorarme, pero también protegerme. Sus manos se deslizaron por debajo de mi blusa, y en segundos, la tela ya estaba en algún rincón de la habitación.

"Cada pedazo tuyo…", murmuró contra mi piel, su barba rozando mi cuello mientras me encajaba en su cadera. "Es mío ahora".

Mi piel se erizaba donde sus labios tocaban. Cada beso, cada mordisco leve, cada lametón provocador hacía que mi cuerpo reaccionara con necesidad.

Las manos de Stefanos no se detenían.

Bajaron por el lateral
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