Después de lo que parecieron horas y que la joven no haya pegado el ojo en toda la noche; a penas el sol asomaba, un fuerte golpe en la puerta la sobresaltó. Su corazón comenzó a latir con fuerza nuevamente, pero una voz familiar la tranquilizó.
— ¡Margaret, soy yo, Lily! — exclamó su amiga desde el otro lado de la puerta.
Margaret corrió a abrir, y al ver la cara sonriente de Lily, sintió una oleada de alivio. Lily la abrazó con fuerza, transmitiéndole una calidez que había anhelado durante tanto tiempo.
— Gracias por venir — dijo Margaret, con lágrimas en los ojos —. ¿Cómo es que llegaste tan rápido?
— No necesitas agradecerme, amiga. Vamos, tenemos que salir de aquí antes de que Emiliano nos encuentre — dijo —. Te lo explicaré en el avión.
— Iré por Emanuel — susurró la joven, pero Lily la detuvo.
— Antes que nada, quiero conocer a mi sobrino y ahijado — dijo, corriendo hacia la habitación, para después ahogar un grito de emoción —. ¡Es… es tan hermoso! ¡Dios, Mar