CAPÍTULO XII LAS REINAS PIRATAS (II)

—¡Yo soy un hombre libre! —gritaba Tony, pero sus alaridos eran ignorados por los esclavistas portugueses que le colocaban cadenas en sus muñecas y sus tobillos. Tony intentó resistirse solo para recibir un puñetazo en la cara. —¡Soy un hombre libre! —gruñó.

Se encontraba lejos de Melilla, en la costa de Ceuta, donde sería embarcado junto a otros esclavos, como ganado, para ser llevado al Nuevo Mundo. Sus nuevos amos lo encontraron tan rebelde, que lo ataron a una viga en frente de los demás esclavos y lo azotaron con un pesado látigo que le desgarró la piel. En medio de gritos ensordecedores, Tony terminó susurrando, ya sin fuerzas: yo soy… un… hombre… libre…

La noche cayó en el puerto de Melilla y el negrero árabe que había subastado a Astrid se sentaba en el suelo en la playa al lado de una fogata, junto a sus com

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