Amara no piensa, no razona, solo actúa. Con el corazón golpeándole contra el pecho y los pensamientos a la deriva, corre hacia la entrada del edificio, cada paso un eco de desesperación. Las gotas de lluvia comienzan a caer, ligeras al principio, pero pronto se transforman en una cortina implacable que empapa la ciudad. Pero para ella, el agua, el frío, nada de eso importa. Solo hay un pensamiento, una súplica constante en su mente: hablar con él.
Liam, con la expresión más distante que jamás había visto en él, da unos pasos más, apretando el paso como si tuviera miedo de que ella lo alcanzara. Pero no puede dejarlo ir. No ahora, no cuando sabe que aún tiene una última oportunidad de explicarse.
–Liam, espera, por favor, déjame explicarte –implora Amara, con voz quebrada por el esfuerzo de contener las lágrimas. Sus palabras se arrastran, desesperadas, como si pudieran salvarla de este abismo que ha creado ella misma.
Liam no la mira, no la escucha. Su rostro, antes lleno de ternur