CAPÍTULO 44. ADRIANA LEÓN, ES MI HIJA
Una vez fuera de la Villa
Adriana más calmada, consciente que lo había hecho enojar, le preguntó…
—¿Me vas a acompañar mañana con la mudanza? —consultó sin mirar a Mateo, pendiente de su hijo que estaba sentado en el cojín trasero del vehículo en la silla para bebé.
—¡Sí! —respondió él, mordiéndose el borde derecho de su labio y concentrado en el tránsito.
»¡Si te voy a ayudar! ¿A qué hora sale Nilo hacia el restaurante? —preguntó él, con una mirada impenetrable.
—Normalmente, sale entre ocho y nueve de la mañana —contestó ella.
—Entonces, me avisas cuando salga del apartamento, para ir con el camión y las personas que te ayudaran a sacar todo de ahí —respondió él, distante.
—¡Gracias, así lo haré! —contestó ella, reflexionando sobre pedir otro favor.
»¿Se te hace difícil, llevarme al restaurante y luego dejar el bebé con Alicia? —consultó ella.
—¿Puedo llevarme un rato al bebé conmigo, al hotel? —interrogó él, mirando a Adriana y esperando su respuesta.
—¡Sí! Pero, lo llevas pronto