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La mansión era un hervidero de actividad controlada aquella mañana. Chóferes cargaban maletas mientras los guardias mantenían sus posiciones discretamente.
James y Katerina se despedían en la entrada principal, él la sostuvo por la cintura y la besó larga y profundamente, como quien marca territorio.
—Cuida de nuestro hijo —susurró contra sus labios—. Y de ti misma. Recuerda que eres lo más preciado que tengo.
Sus ojos azules la atravesaron con tal intensidad que Katerina sintió un escalofrío.
¿Podía ver su traición?
A lo lejos, Lucien observaba la escena con una frialdad inquietante y Grace, en cambio, les sonreía con ternura, completamente ajena a lo que se avecinaba.
El coche se alejó por el camino de grava y Katerina permaneció en la puerta, sintiendo el peso de la mansión como una prisión de la que, irónicamente, ahora tenía llave para escapar y por eso los nervios le revolvían el estómago.
Esa noche, mientras Arthur dormía revisó por décima vez el mensaje de Jason: «Todo lis