La posibilidad flotó en el aire, casi tangible. Las palabras de Anne reverberaban en mi mente como un eco imposible de ignorar. ¿Romper el contrato? ¿Transformar nuestra farsa en realidad? Era algo que ni me permitía considerar, por miedo a perderme en falsas esperanzas.
Una vez más, las palabras de Elise volvieron para atormentarme: "Nadie nunca va a elegir a alguien como tú." Un hombre como Christian Bellucci —rico, sofisticado, heredero de un imperio vinícola— ¿elegiría voluntariamente quedarse conmigo cuando ya no lo necesitara? ¿Cuando el acuerdo estuviera cumplido y su abuelo seguro?
"No sé si él..."
"¿Preguntaste?"
"¡Por supuesto que no!"
"¿Entonces cómo sabes?", su tono era exasperado. "Mira, si te está mostrando lugares especiales, dándote joyas, teniendo sexo increíble en los viñedos..."
"¡No dije que fuera increíble!"
"Por favor, no necesitabas decirlo. Es Italia. Todo es más sensual ahí.", desechó mi protesta. "El punto es: esos no son comportamientos de alguien que solo e