Mi apartamento nunca había parecido tan pequeño y silencioso como cuando entré por la puerta. Tiré las llaves sobre la barra de la cocina con más fuerza de la necesaria, el ruido metálico resonando por el espacio vacío de una forma que parecía amplificar mi soledad. El viaje de Uber de vuelta a casa había sido torturante: cada semáforo, cada curva me daba más tiempo para pensar, para revivir el descubrimiento.
Caminé hasta la ventana de la sala, observando Londres extenderse ante mí. Las luces de la ciudad parpadeaban como siempre, indiferentes al caos emocional que estaba viviendo. Las personas seguían sus vidas normalmente mientras la mía había sido puesta de cabeza en cuestión de minutos.
Necesitaba hablar con alguien. Pero conocía a Zoey lo suficientemente bien como para saber que si la llamaba en ese estado, era muy capaz de que mi hermana