El Hospital Sírio-Libanês al mediodía era un lugar movimentado, pero aun así podíamos sentir el peso de la tensión en los pasillos. Después de un viaje en jet privado durante la madrugada, estábamos reunidos en la sala de espera VIP del centro quirúrgico cardíaco —Christian, Marco, Isabella, Lorenzo y yo— una sala más pequeña y reservada, pero que aun así llevaba esa atmósfera pesada y ansiosa que tienen todos los hospitales.
El viaje había sido silencioso y tenso. Giuseppe había insistido en viajar con nosotros, rechazando cualquier sugerencia de que debería ir en ambulancia UCI. "Voy a llegar caminando a este hospital", había dicho con esa determinación terca que todos conocíamos bien. Y fue exactamente eso lo que hizo: bajó del jet con pasos firmes, saludó educadamente a todo el equipo médico que lo esperaba, y se dirigió al hospital como si fuera solo otro compromiso en su agenda.
Giuseppe había entrado al centro quirúrgico hace exactamente una hora y cuarenta y cinco minutos. Sab