Con el corazón golpeándome el pecho por la adrenalina, corí a la parte trasera de la mansión. En un estacionamiento de gravilla, se encontraba el Rolls Royce.
No lo pensé demasiado, abrí la puerta del conductor y entré al auto antes de ser vista por algún vigilante. Nunca me había sentido más nerviosa que en ese momento, cuando inserté la llave y escuché el suave sonido del motor entre mis piernas.
Cuidadosamente metí la primera velocidad.
—Lo siento mucho, Demián —musité apretando el volante—. Pero necesito encontrar a mi hermana. No tardaré.
Por el espejo retrovisor, alcancé a ver a un hombre armado deteniéndose a pocos metros del estacionamiento, miró con curiosidad el auto encendido. Después comenzó a correr hacia mí al percatarse de mi presencia.
—¡Espere, señorita! ¡No puede salir!
Exhalé profundo y presioné suavemente el pedal. El motor rugió y el Rolls Royce salió disparado del estacionamiento. Muy por detrás mío, oí la voz del hombre al gritar:
—¡Avisen a la puer