Mientras Alejandro estaba en el baño, Luciana se dirigió a la cocina en busca de un recipiente hermético. Con cuidado, colocó adentro al pequeño muñeco y selló la tapa. Luego lo guardó en el congelador.Sonrió al pensar que así no se derretiría.—Luciana. —Alejandro apareció en la puerta, solo con la camisa puesta, habiendo dejado el abrigo a un lado—. ¿Qué haces?—Nada… —respondió, sintiendo que el corazón se le aceleraba. Cerró la puerta del refrigerador con disimulo—. Estoy preparando la cena. ¿Te lavaste las manos? Ven a comer, ¡muero de hambre!Trató de sonar con calma, deseando que no se notara el ligero nerviosismo que sentía, temiendo delatar el regalito que había rescatado del deshielo.***A la tarde siguiente, Luciana se despertó de su siesta y se fue a su clase de yoga. Para cuando terminó la sesión, ya eran casi las seis. Salió del salón y justo recibió la llamada de Alejandro:—¿Dónde estás? ¿Estás en casa?—No, acabo de salir de mi clase. Voy de camino.—Perfecto. Estoy
—¿Qué crees que hago? —replicó él, evidentemente molesto—. ¡Quítate los zapatos! ¿O piensas seguir con ellos empapados?Dicho esto, tomó con determinación ambas piernas de Luciana y las apoyó sobre las suyas. Al ver que las dos zapatillas y los calcetines estaban húmedos, su expresión se volvió aún más sombría.Ella se encogió un poco, un tanto asustada por su reacción.—¿Por qué te mueves? —la reprendió él con un tono bajo e impaciente. En un abrir y cerrar de ojos, le sacó los zapatos y los calcetines, tirándolos al asiento trasero.—Tú… —Luciana quiso protestar, pero notó que en realidad él parecía aún más irritado consigo mismo—. La calle estaba resbalosa… pensé que podía caminar con cuidado.—¿Caminar con cuidado? —repitió, frotándose la frente con frustración—. ¿No habíamos quedado en que pasaría por ti? ¿Por qué no me esperaste?—Lo siento… —admitió ella en voz baja—. Solo se me mojaron un poco los pies. Está frío, sí, pero no fue tanto rato, seguro que no es grave…“No es grave
Al escuchar eso, Alejandro acarició con delicadeza los pies de Luciana y respondió con serenidad:—De acuerdo. Juro que lo que voy a decir es absolutamente cierto, sin engaños… si te miento, que me quede solo y sin lo que más amo.Se tomó un instante antes de continuar, palabra a palabra:—Nunca lo he hecho con nadie más. Solo contigo. Antes no lo hice, y después de ti no habrá otra.Luciana lo contempló, sobrecogida. ¿Estaría él siendo sincero sin temor alguno? ¿O se tomaba las promesas a la ligera? Quiso creer que era completamente honesto.—De acuerdo… —murmuró ella, asimilando todo.—Bien, ahora me toca preguntar a mí —dijo Alejandro, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Luciana—. ¿Te das cuenta de lo que implica? No cualquiera puede exigirme un juramento como este y confirmar algo tan… personal.Ella bajó la cabeza. Pasaron un par de segundos antes de que asintiera con lentitud.—Lo sé —admitió.Al fin y al cabo, ambos eran conscientes de la naturaleza de esa confesión
Estaba pensando en los riesgos que Alondra le había mencionado antes.—No, no hay peligro real, señor Guzmán. Creo que está siendo un poco alarmista…—Alejandro. —La voz de Luciana resonó a sus espaldas.—Hablamos luego, adiós —soltó de inmediato, colgando y dándose la vuelta con una sonrisa forzada, procurando que no notara nada extraño—. ¿Ah? ¿Qué decías?—¿A quién llamabas?—A Sergio —mintió sin pestañear.Luciana esbozó una risa escéptica. Ya estaba acostumbrada a sus pequeñas mentiras piadosas.—¿Te bañaste? —preguntó él, cambiando de tema.—Sí, me di una ducha rápida.Alejandro revisó de reojo sus pies.—¿Te sumergiste los pies?—¿Ah? —Luciana se quedó pasmada—. No… ¿Por qué habría de hacerlo?—Te vendría bien un remojo —comentó él, y la condujo hasta el sofá—. ¿Tienes un balde grande o algo por el estilo?—¿Eh? No, no tengo un balde para los pies.—Mmm… ¿y una palangana o algo así?—Tal vez una tina pequeña. Pero, ¿para qué…?—Espera. —Él fue al baño y regresó con una palangana,
El calor de su abrazo fue haciendo que Luciana se relajara poco a poco. La ansiedad seguía latente, pero la sensación de pánico se suavizó.Pasó un buen rato de silencio compartido.—Oye… —murmuró ella al fin, empujándolo ligeramente. Su voz sonaba ronca por haber llorado.—¿Mmm? —Él ni se movió—. Dame un poco más de tiempo. Déjame abrazarte un poco más.—Hmpf… —Luciana puso mala cara y se zafó—. ¡El agua se está enfriando!—¿Qué? —Alejandro se sobresaltó, mirando el recipiente con agua para los pies—. Ay, perdóname, se me pasó.Con rapidez se agachó, tomó la toalla, y con un cuidado infinito secó los pies de Luciana.—Lo siento, lo siento. Se me fue la mano…Con suavidad, le sonrió para calmarla. Ella se limitó a ignorarlo, algo enojada.—No vuelvas a dejarme congelándome, ¿entiendes?Él apenas se encogió de hombros y le dio un beso a uno de sus pies.—¡Alejandro! —exclamó ella, sobresaltada—. ¿Te volviste loco? ¿Te parece que eso está limpio?—¿Y? —replicó él con un matiz de burla—.
—¡Ja!, ni lo digas. Entre mejor sea la chica, más difícil de conquistar…—Ajá… —farfulló Alejandro con un leve fruncimiento de ceño, aunque en el fondo se veía más divertido que molesto—. ¿Quién les dio permiso de llamarla “Luciana”, eh?Juan y Simón se quedaron sin palabras, atónitos. ¿Ni siquiera podían nombrarla? ¿Tanto era su afán de exclusividad? Entonces Alejandro soltó una risa y declaró:—De ahora en adelante, llámenla “cuñada”.Los dos hermanos se miraron estupefactos, pero enseguida rompieron a reír y contestaron al unísono:—¡Entendido, primo! ¡“Cuñada”!—Muy bien. —Él alzó la barbilla con expresión de triunfo—. Y díganle a Sergio que no se confunda cuando la vea, o le recorto el bono.***A la mañana siguiente, Alejandro llegó a casa de Luciana mucho más temprano que de costumbre.—¿Tan pronto? —Luciana salió a medio vestir, con cara de sueño—. ¿Qué pasó?—Nada —contestó él, incapaz de decirle que aún temía haber soñado todo. Solo al verla respiraba tranquilo—. Te traje alg
Su voz sonaba tenue y el gesto sombrío. Él adivinó que estaba molesta. Al final de cuentas, Mónica aún era el mayor obstáculo entre ellos.Hace tiempo que Alejandro le había contado todo a Luciana, se lo había prometido… le había dicho que para él, su historia con Mónica era cosa del pasado. Pero entendía que las palabras no bastaban; solo sus actos podrían confirmarlo.Sin decir más, rodeó con los dedos la mano de Luciana.—¿De verdad quieres que me vaya?Ella alzó la mirada, con una mueca que buscaba parecer divertida.—¿Y si te digo que no? ¿Te quedarías?—Te hice una pregunta primero —replicó, intentando salir airoso con un simple juego de palabras—. Mejor respóndeme tú primero.Luciana se quedó en silencio, sintiéndose acorralada. Hasta hace poco, su actitud ante la relación era distante; podía decir lo que quisiera sin sentirse comprometida. Pero ahora, había decidido darle una oportunidad a esa historia. Cuando dos personas están juntas, hay mucho más que ponderar.Mirándolo con
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra