Con estas cavilaciones en la cabeza, esa noche Luciana no logró un sueño profundo. Al levantarse, descubrió que los pies se le habían hinchado como bollos.Al presionar con un dedo el empeine, se formaba un hoyuelo que tardaba en desaparecer. Suspiró: eran los malestares típicos del embarazo que, a medida que avanzaba, parecía complicarse más.Tras su rutina matinal, Luciana salió de casa. Había quedado con Martina en visitar a su madre. Aprovechó el trayecto para comprar unas mandarinas feas por fuera pero muy dulces por dentro, la variedad favorita de la señora Laura.La familia de Martina vivía en la parte sur de Muonio, en una zona de casas un tanto antiguas. Habían surgido hace años con un negocio de tamaño mediano, lo bastante para vivir sin estrecheces… aunque últimamente atravesaban dificultades.Martina salió a abrir la puerta y, al ver a Luciana, exclamó con cariño:—¡¿Cómo se te ocurre andar en este frío?!Al mismo tiempo, la jaló con suavidad para que entrara.—¡Entra, no q
Cuando regresó a su apartamento, decidió tomar una siesta. Se acomodó sobre la cama, puso un cojín suave a la altura de sus pies para aliviar la hinchazón y, como no había dormido bien la noche anterior, cayó rendida. Despertó ya entrada la tarde, sintiéndose mucho mejor.Corrió las cortinas y vio de nuevo la nieve cayendo. Fue entonces que sonó su teléfono: era Alejandro.—Luciana.—Mmm… —respondió ella, aún con voz adormilada.—Por cómo suenas, ¿estabas durmiendo?—Sí, justo me levanté.Con ese tono dulce, Luciana parecía una niña al despertar. Alejandro rió por lo bajo.—¿Qué hacías?—Nada, en realidad. Estoy libre, mirando por la ventana. Está nevando otra vez… me dieron ganas de salir a jugar con la nieve, hacer un muñeco…—¡Ni lo sueñes! —la interrumpió él de inmediato, con un deje de seriedad—. Hace mucho frío, ¿qué tal si te resfrías?—Pero… —Luciana titubeó, sintiéndose un poco culpable—. Solo lo decía por decir…—Ni se te ocurra —insistió él, como si temiera que fuera capaz d
Mientras Alejandro estaba en el baño, Luciana se dirigió a la cocina en busca de un recipiente hermético. Con cuidado, colocó adentro al pequeño muñeco y selló la tapa. Luego lo guardó en el congelador.Sonrió al pensar que así no se derretiría.—Luciana. —Alejandro apareció en la puerta, solo con la camisa puesta, habiendo dejado el abrigo a un lado—. ¿Qué haces?—Nada… —respondió, sintiendo que el corazón se le aceleraba. Cerró la puerta del refrigerador con disimulo—. Estoy preparando la cena. ¿Te lavaste las manos? Ven a comer, ¡muero de hambre!Trató de sonar con calma, deseando que no se notara el ligero nerviosismo que sentía, temiendo delatar el regalito que había rescatado del deshielo.***A la tarde siguiente, Luciana se despertó de su siesta y se fue a su clase de yoga. Para cuando terminó la sesión, ya eran casi las seis. Salió del salón y justo recibió la llamada de Alejandro:—¿Dónde estás? ¿Estás en casa?—No, acabo de salir de mi clase. Voy de camino.—Perfecto. Estoy
—¿Qué crees que hago? —replicó él, evidentemente molesto—. ¡Quítate los zapatos! ¿O piensas seguir con ellos empapados?Dicho esto, tomó con determinación ambas piernas de Luciana y las apoyó sobre las suyas. Al ver que las dos zapatillas y los calcetines estaban húmedos, su expresión se volvió aún más sombría.Ella se encogió un poco, un tanto asustada por su reacción.—¿Por qué te mueves? —la reprendió él con un tono bajo e impaciente. En un abrir y cerrar de ojos, le sacó los zapatos y los calcetines, tirándolos al asiento trasero.—Tú… —Luciana quiso protestar, pero notó que en realidad él parecía aún más irritado consigo mismo—. La calle estaba resbalosa… pensé que podía caminar con cuidado.—¿Caminar con cuidado? —repitió, frotándose la frente con frustración—. ¿No habíamos quedado en que pasaría por ti? ¿Por qué no me esperaste?—Lo siento… —admitió ella en voz baja—. Solo se me mojaron un poco los pies. Está frío, sí, pero no fue tanto rato, seguro que no es grave…“No es grave
Al escuchar eso, Alejandro acarició con delicadeza los pies de Luciana y respondió con serenidad:—De acuerdo. Juro que lo que voy a decir es absolutamente cierto, sin engaños… si te miento, que me quede solo y sin lo que más amo.Se tomó un instante antes de continuar, palabra a palabra:—Nunca lo he hecho con nadie más. Solo contigo. Antes no lo hice, y después de ti no habrá otra.Luciana lo contempló, sobrecogida. ¿Estaría él siendo sincero sin temor alguno? ¿O se tomaba las promesas a la ligera? Quiso creer que era completamente honesto.—De acuerdo… —murmuró ella, asimilando todo.—Bien, ahora me toca preguntar a mí —dijo Alejandro, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Luciana—. ¿Te das cuenta de lo que implica? No cualquiera puede exigirme un juramento como este y confirmar algo tan… personal.Ella bajó la cabeza. Pasaron un par de segundos antes de que asintiera con lentitud.—Lo sé —admitió.Al fin y al cabo, ambos eran conscientes de la naturaleza de esa confesión
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p