Abro la puerta con cautela y me quito los tacones para no hacer ruido al caminar por los pasillos. Me agarro a la barandilla para subir el tramo de escaleras que me esperan y camino de puntillas, pero sólo tengo tiempo de llegar al segundo piso.
Oigo pasos y gimoteos ahogados.
—Becca, ¿eres tú? —gimotea Dylan.
—Sí, soy yo —murmuro—: vuelve a la cama —digo con el tono más dulce que encuentro.
Camino hasta él y me agacho para ponerme a su altura. Sus mejillas están empapadas en lágrimas y aprieta su peluche con fuerza. Le limpio las mejillas con la manga de la sudadera y esbozo una pequeña sonrisa para animarlo.
No me gustan los niños, pero Dylan me recuerda tanto a mí que me resulta imposible no quererlo, bueno, a lo que determino querer.
—¿Has tenido una pesadilla? —susurro.
Asiente con la cabeza y me cog