4. Enséñame que hay debajo (CALIPSO)

(CALIPSO)

Cenamos en su casa, con su padre y Tamara, las coles de Bruselas estaban deliciosas y el pastel de carne también. Y luego tomamos una copa junto a ellos, por lo que nos fuimos a dormir bastante tarde.

  • Deberíamos ducharnos antes de irnos a dormir – comenzó él, haciéndome salir de mis pensamientos, mientras caminábamos por el pasillo de la planta superior hacia las habitaciones – así se nos pasará un poco la borrachera.

Me duché en el baño de su habitación, sintiendo como el agua bajaba un poco la calentura que la borrachera me había aportado. Debía controlarme, o todo por lo que había luchado se iría a la m****a.

Miré hacia el espejo empañado, con el cuerpo totalmente desnudo, observando con detenimiento mi cuerpo, por primera vez en la vida, dándome cuenta de que no estaba mal. Tenía los pechos medianos, no demasiado grandes, pero me resultaban bonitos, mi abdomen era delgado, y tras este estaba mi sexo, depilado en forma de línea, pues solía ir algunas veces a natación sincronizada cuando no tenía clases en la universidad o tenía algún hueco libre, y por ello, siempre tenía la zona bien cuidada. Con escaso bello, y bien recortado.

Agarré la toalla y me cubrí con ella, para luego salir del baño, observando como él miraba hacia mí.

Pasó por mi lado, sin dirigirme la palabra, y a mí se me detuvo el corazón tan pronto como él irrumpió en mi espacio de seguridad, rozando su mano con la mía.

Me puse mi pijama, con rapidez, mientras escuchaba la ducha, él se estaba duchando, y me metí en la cama. Nunca había sido tan incómodo para mi aquella situación, pero en aquel momento lo era. Estaba más nerviosa que nunca.

Él salió del baño, con el pecho descubierto, sacudiéndose el cabello con una toalla más pequeña, con miles de pequeñas gotas sobre su torso desnudo, provocando que me mordiese el labio inferior con fuerza, al notar lo terriblemente bueno que estaba. Recordando las palabras de Marina “Cuando te mueres por acostarte con un tío, sientes como la humedad de tu sexo te moja las bragas, y entonces sabes que estás lista para ser embestida”

¡Dios Mio! Era cierto, me moría de ganas por acostarme con él, pues sentía como la humedad en mi intimidad me estaba haciendo mojar las bragas.

Tragué saliva, aterrada, bajando la mirada, rezando porque él no se diese cuenta de las ganas que tenía de abrirme de piernas.

El maldito alcohol me estaba haciendo confundirlo todo y no podía ceder a eso, no, ya que sabía que al día siguiente me arrepentiría horrores.

Cuando volví a mirar hacia él, ya tenía puesta la parte de debajo de su pijama y se metía en la cama.

  • Ha funcionado – comenzó – estoy un poco menos mareado – bromeó, haciéndome sonreír con ello.

Me di la vuelta, incómoda, y le di la espalda, intentando coger el sueño, pero era en vano, podía sentir como mi corazón latía con fuerza, en mis oídos, y una fuerte sensación me invadía el estómago, bajando hasta mi pelvis, quedándose ahí un poco. Eso era lo que Marina solía llamar “deseo” no había otra explicación.

  • ¿estás bien? – preguntó, rozándome con la yema de sus dedos, sobre el brazo, haciéndome estremecer con ello, provocando que se me detuviese el corazón al sentirle de aquella manera - ¿quieres que ponga la calefacción?

  • Tengo calor – le dije, haciendo que él riese, divertido, mientras yo me moría el labio por no darme la vuelta y hacer sabe dios muy bien qué.

  • Yo también – aseguró, haciéndome sonreír un poco, al darme cuenta de que él quería ser amable - ¿quieres quitarte el pantalón para dormir más fresca?

  • Vale – respondió una parte de mí que quería alejar de aquella escena, quería mantenerla alejada, no quería dejarme llevar por ella. Era tan peligrosa.

Me quité los pantalones bajo las sábanas y lo dejé caer sobre la mesilla de noche. Al mismo tiempo que sentía el roce de sus piernas con las mías, volviéndome a producir una corriente eléctrica por la pelvis al sentirle tan cerca de mí. Apreté los labios, evitando emitir sonido alguno, sintiendo sus susurros sobre mi cuello, haciéndome estremecer, de nuevo.

  • Estoy demasiado borracho, Cali – aseguró – así que… quizás deberías dormir en tu habitación esta noche – se me heló la sangre tan pronto como escuché aquello, y me di la vuelta sobre mí misma, para mirarle – no me mires así

  • ¿así cómo?

  • Como si hubiese dicho una locura – me espetó – tan sólo quiero, no hacer algo de lo que pueda arrepentirme mañana – me informaba, haciendo estremecer por el terror que ponía en sus palabras. Como si lo que pensase hacerme fuese casi tan malo como lo que quería que él me hiciese.

  • ¿algo como qué? – pregunté con una especie de curiosidad extraña, era algo más como deseo que otra cosa. Tan sólo quería saber que era lo que él tenía miedo de hacerme, quería saber si era casi tan horrible que lo que quería hacer yo.

  • El alcohol me pone enormemente cachondo – aseguró, haciéndome entender que era cierto. Él quería acostarse conmigo, y estaba evitándolo a toda cosa, justo como hacía yo – no quiero que te lo tomes a mal o … Estás más sobria que yo y …

  • ¿Quieres acostarte conmigo? – pregunté, aunque ya sabía la respuesta, mientras sentía como mi sexo se humedecía un poco más ante la sola idea de que él me tocase, rozase su piel con la mía de nuevo – Quieres apoyar tu mano en mi muslo y subir hacia mi coño – le dije, sin dejar de mirarlo, observando como él me miraba con detenimiento, mordiéndose el labio inferior al escucharme decir aquella última palabra – quieres hacer …

  • Sólo quiero mirarlo – aseguró, mientras yo le miraba con detenimiento – quiero observarlo.

Se me hizo la boca agua al sólo pensar en él observando mi sexo desnudo, me gustó tanto que tuve que morderme el labio para evitar soltar algún sonido.

¡Oh Dios mío! Tenía que cortar el rollo e irme a otra habitación, si no lo hacía ya me consumiría aquel deseo que sentía hacia él, y terminaríamos haciendo cosas de las que nos arrepentiríamos al día siguiente.

  • Si sólo vas a ser un mero espectador – comencé, haciendo que él volviese a prestarme atención – puedes hacerlo – le dije, sintiendo como su sorpresa se hacía partícipe en su rostro – sólo si mañana nos olvidamos de todo esto y seguimos siendo hermanos.

  • Deberíamos olvidarnos de todo esto ahora – espetó él, molesto de sentir todo aquello por mí – no deberíamos… - pero se detuvo al ver cómo me quitaba la sábana de encima y le dejaba ver mis bragas blancas, de transparencias – enséñame lo que tienes debajo – rogó, mientras yo doblaba las rodillas, sin dejar de mirar hacia él, boca arriba, provocando que él se enervase de la cama y me mirase, sentando en esta, con expectación. Abrí las piernas, sin dejar de mirarle, mientras él me devoraba con sus ojos, ese punto, y yo me arrepentía de estar haciendo aquello, no quería estropearlo con él.

  • Quizás tengas razón y debamos… - comencé, cerrando las piernas, observando como ponía ambas manos sobre mis rodillas, impidiéndome que pudiese cerrarlas del todo, mirándome con detenimiento.

  • Quiero ver tu coño – rogó, soltando mis piernas, admirando como las terminaba de unir, y miraba hacia él – enséñamelo, Cali – insistió, mientras sentía como se me quedaba seca la boca, tan sólo quería sentir su sucia mirada sobre mi coño, nada más.

Metí mis dedos entre los pliegues de las bragas y comencé a tirar de ellas, quitándomelas despacio, observando como él se moría por verlo. Me detuve cuando hube bajado hasta los tobillos y lo miré, aterrada por la mirada de desesperación que estaba echándome.

  • Abre tus piernas – rogó, poniéndose de rodillas, junto a mí, al mismo tiempo que apretaba las sábanas bajo sus puños – enséñame tu coño, Calipso – insistió, derritiéndome por la forma en la que lo había pedido.

Le obedecí en ese justo instante, sabiendo que nada volvería a ser igual después de aquello, sabiendo el error tan grande que estábamos a punto de cometer.

Un gemido se escapó de su garganta al observar mi sexo desnudo, recortado y húmedo. Temblaba, toda yo lo hacía, no podía dejar de hacerlo, la sensación que él me hacía sentir con su mirada sobre mi punto más frágil la provocaba.

Volví a cerrar las piernas, nerviosa, aterrada, por lo mucho que su mirada me estaba haciendo sentir, al mismo tiempo que él me agarraba las piernas y volvía a abrírmelas, haciendo fuerza con ellas sobre el colchón para que no pudiese volver a cerrarlas.

  • Diego – le llamé, al sentir como su mano subía por mi pierna, haciéndome estremecer – dijiste que serías un mero espectador.

  • Está tan húmedo – se quejó, acercando su rostro para mirarlo con admiración – que me muero de ganas de …

  • Diego – le llamé, aterrada, pues a pesar de que no quería permitirle que me hiciese nada, me moría de ganas de me tocase.

  • Sería incómodo para ti si tu hermano te acaricia el coño, ¿verdad? – preguntó, mientras yo asentía y él dejaba de apretar mis piernas – entonces enséñame tus tetas – rogó – prometo no tocarlas, sólo mirar.

Me levanté la camisa, y le dejé observar mis pechos, mientras él se relamía los labios con placer, y el bulto de sus pantalones crecía un poco más. Bajé la blusa y miré hacia él.

  • Es tu turno – le dije, con el corazón a mil por hora - enséñame tu polla – concluí. Su sonrisa apareció en su rostro, parecía que le encantaba escucharme pedir aquello.

  • Vamos a hacer una cosa – comenzó, bajándose el pantalón del pijama, sin dejar de mirarme – tócate mientras me miras – rogó, dejándome boquiabierta con ello – imagínate que el tipo que te da placer, que el tipo que te está tocando, soy yo – propuso, mientras yo dejaba escapar un leve gemido, sin apenas darme cuenta de ello. Me moría de ganas de probarlo, aun sabiendo lo peligroso que era aquel juego para nosotros – quiero ver cómo te tocas – aseguró, sacando su miembro al exterior, haciéndome enmudecer con ello. ¡Dios! Estaba muy bien dotado.

  • Estamos jugando con fuego – le dije observando como él se recostaba a mi lado, con su miembro al aire – deberíamos detenernos ahora, Diego.

  • Quiero verte, Calipso – rogó, sin dejar de mirarme – quiero que mires mi polla, que mires como me toco yo, mientras lo haces.

  • Yo no sé tocarme – aseguré, haciendo que él me mirase, sorprendido – mentí en el cine cuando dije…

  • Yo te enseño – me dijo – he visto algunos vídeos, y sé cómo se hace.

Levanté una pierna, con deseo, mordiéndome el labio, mientras él se acariciaba su sexo.

  • Esto no está bien, Diego – le dije, mientras sentía como cogía mi mano y a apoyaba sobre mi sexo.

  • Acaríciate la pequeña almendra que tienes en el centro – rogó – con movimientos circulares, estás tan mojada que tus dedos irán solos, ya lo veras.

Le hice caso, comencé a hacer lo que él me decía, apretando los labios al sentir como me gustaba. Él tenía razón, mis dedos iban solos, en círculos, mientras yo apretaba la boca, aterrada por gritar más de lo que debía, observando su mano, moviendo habilidosamente su polla.

  • Joder – se quejó, dando un puñetazo a la cama, sin dejar de mirar hacia mi coño, al mismo tiempo que yo gemía entre cortadamente, sintiendo como me gustaba cada vez más y más – más despacio – rogó él, mientras yo le obedecía, y sentía el placer que eso me proporcionaba. Gemí un poco más, y más, a un ritmo suave, entre susurros, mientras le escuchaba a él hacer lo mismo.

Nuestros gemidos crecieron y ambos supimos que estábamos cerca del final. Terminó antes de que lo hubiese hecho yo, derramando su leche sobre su pecho, alargando la mano, hacia la mesilla de noche, agarrando un par de pañuelos para limpiar aquel desastre.

Seguí tocándome observando como él se ponía de lado y me miraba, esta vez hacia mi rostro, con detenimiento.

Me corrí en ese justo instante, sintiendo como cada poro de mi cuerpo se expandía, y él sonreía al verme en aquel estado.

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