En el estacionamiento subterráneo.
Fabiola se subió al coche y, en el momento en que llamó a Benedicto, se dio cuenta de lo mucho que temblaba.
Pulsó mal varias teclas antes de lograr llamar a Benedicto.
El teléfono sonó de inmediato.
—Cariño.
Fabiola no tenía intención de llorar, pero al escuchar la voz baja y magnética de Benedicto, su nariz se agrió y comenzó a sollozar: —Benedicto, ganamos, ¡ganamos!
Al escuchar la palabra nos, el corazón de Benedicto dio un vuelco.
—Cariño, ¡eres increíble!
Él estaba visiblemente emocionado.
Sergio, que estaba cerca, miró a Benedicto de reojo, pensando para sí: 《Jefe, ni siquiera te emocionaste tanto cuando cerraste el proyecto de cien mil millones.》
—¿Tienes tiempo al mediodía? —preguntó Fabiola, secándose las lágrimas. —Celebremos juntos, invita a Patricia y... a Alejandro, realmente necesito agradecerle esta vez.
—Claro.
—Entonces llamaré a Patricia —dijo Fabiola, mirándose en el espejo retrovisor con los ojos rojos, y se sintió maravillada.
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