Cuando Benedicto subió a la habitación principal, estaba vacía.
Se frotó la frente.
Probablemente esta vez no sería tan fácil reconciliarse.
Al día siguiente.
Patricia aprovechó el descanso del mediodía para ir a la villa.
—Cuando me diste la dirección pensé que habías vuelto a la casa de los Salinas —dijo Patricia, mirando la gran villa, todavía incrédula. —¿Esta casa realmente la compró Benedicto?
—¿Por qué te mentiría? —Fabiola llevó a Patricia arriba.
—Tenía miedo de que te dejaras engañar por el físico y la cara de Benedicto, y terminaras manteniéndolo. Pero —Patricia chasqueó la lengua. —Con lo excelente que es Benedicto, si realmente se decidiera, tal vez en menos de un mes podrían saltar de la clase media a la clase alta.
Fabiola imaginó el cuerpo perfecto de Benedicto y sus mejillas se sonrojaron.
—Descubrí que cada día eres menos seria —Fabiola la empujó hacia la habitación de invitados. —Voy a traerte tu teléfono.
Patricia vio que solo había una almohada en la cama, claramen