Capítulo 119
—¡Detente! —el frío en su cuerpo hizo que Fabiola derramara lágrimas de humillación. —¡Le llamaré, le llamaré!

Al ver esto, los dos guardaespaldas intercambiaron una mirada desilusionada y a regañadientes se levantaron para abrir la puerta.

Al saber que Fabiola finalmente accedía a hacer la llamada, Joana entró triunfante, observando a Fabiola con su ropa ya desgarrada y rota, sonriendo radiante.

—Si hubieras sabido esto desde el principio, ¿por qué empezar? Dale su teléfono.

Fabiola, abrazándose fuertemente, miró el teléfono sin tomarlo.

—¿Qué, te arrepientes de nuevo?

Fabiola inhaló fuerte y dijo con el cuello tieso: —¿Al menos podrías darme algo de ropa?

—¿No estarás pensando en retrasar el tiempo, verdad? —se burló Joana. —Esto es territorio de la familia Herrera, incluso si Cedro quisiera entrar, tendría que pasar por muchas dificultades. Con respecto a tu esposo, aunque retrasaras hasta el fin del mundo, ¿de qué serviría?

Fabiola sonrió fríamente, todavía con lágrimas en los ojos
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