Capítulo treinta y uno

Los minutos que pasaron antes de que las lanchas estuvieran a nuestra vista parecieron casi eternos. Las cuatro venían a gran velocidad, y como el mar estaba tan agitado, se alzaban con fuerza cayendo al agua.

Me aferré a Tanner para no caer en mis turbios pensamientos. En ese momento no tenía por qué mostrarme débil. Era lamentable lo que había sucedido, sí, pero ya no podía devolver el tiempo y evitarlo. No tenía más opción que enfrentar a mis demonios y hacerlos cenizas con su propio fuego.

Las lanchas se detuvieron a pocos metros del muelle y los trabajadores se encargaron de atarlas a cada uno de los postes de madera. El primero en bajar fue Aedus y le siguió Maxwell con una expresión seria y cansada.

Mis hermanos mayores se quedaron a unos pasos de nosotros sin decirnos ni una sola palabra, pero sus miradas estaban fijas en mí y cada parte de mi cuerpo, como si estuvieran buscando alguna herida que los médicos y yo misma hubiese pasado por alto. Se veían cansados y tensos, pero
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