Capítulo catorce

El silencio que se formó entre nosotros fue largo, pero de cierta manera se sentía cómodo y tranquilo.

Luego de sacarnos las ganas de encima y tener sexo rudo en la cabina del yate, permanecimos sentados en el suelo —yo entre sus piernas usando su camisa y él detrás de mí, envolviendo mi cuerpo con el suyo—, viendo la calma del mar y el sol empezar su descenso.

El cielo se teñía de colores hermosos y la calma que sentía al estar en una posición tan íntima luego de descargar las frustraciones, empezaba a desaparecer. Pronto tendríamos que ir a la casa y aquello que había sido tan perfecto quedaría donde estábamos; en medio del océano y siendo arrastrado por las olas.

Cerré los ojos, dejándome envolver un minuto más por su calor. Las palabras entre nosotros no hacían falta, si sabíamos de antemano que, pasara lo que pasara, la realidad seguía siendo la misma.

Nada cambiaría, ni siquiera nuestra unión de cuerpos que había sido como un eterno sello que nadie, siquiera nosotros mismos podí
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