La pantalla se apagó. Saúl sonrió de forma arrogante, y en sus ojos brillaba una mezcla de diversión y pasión.El cuerpo de Teresa... realmente era muy bueno. La última vez que se acostó con ella fue en el funeral de su abuelo. Si lo pensaba bien, ya llevaban dos días sin verse.La extrañaba.En la mesa del restaurante, las copas iban y venían. Mañana sería la lectura del testamento. Estaban cenando y brindando con el abogado del abuelo.—Esta vez, gracias a la ayuda del abogado Biondi, todo ha salido a la perfección. Te debo esta copa —dijo Flavio con una sonrisa.Ya había sobornado a Biondi para que cambiara y certificara el testamento. Ese viejo muerto, Rowan, realmente tenía a sus favoritos, dejó la empresa en manos de ese bastardo, César Balan.Pero ahora que lo sabía… no iba a quedarse con los brazos cruzados.—No digas eso, presidente. Este es un logro fácil de conseguir —respondió Biondi, llamándolo “presidente” con una cortesía medida.Flavio se rio, satisfecho por el título d
El equipo de liderazgo de César y los accionistas neutrales celebraron al principio su victoria, pero luego se quedaron con la boca abierta.¿Tataranietos? ¿Cómo puede haber dos tataranietos? ¿César para empezar no tiene hijos?Todos se miraron entre sí.El abogado Biondi siguió:—Los bienes muebles, bienes raíces y casas se dividen igual entre los dos hijos. Como el hijo mayor, Armando Balan, ya había muerto, la herencia pasa al nieto, César Balan. Las joyas y diamantes de su esposa, Dahlia Artom, se dividen entre las dos nueras, María y Rocío Ciferri.—La lectura del testamento ha terminado —dijo Biondi, cerrando el documento y quedándose de pie.¿Qué significa todo esto?¿Todos recibieron su parte de la herencia, pero la familia de César recibió lo menos? ¿Incluso un tataranieto del que ni siquiera habían oído tiene acciones, mientras que el nieto, Saúl, no recibió nada?La familia de Flavio no estaba nada contenta y comenzaron a discutir en la sala de reuniones.Flavio estaba furio
¡No se puede dejar semejante carga en manos de César!¿Así cómo va a tener esta familia una oportunidad de levantarse?Todos miraron a Biondi.Él, frente a todos, volvió a abrir el documento, revisando el testamento con cuidado, y levantó la vista diciendo con tono serio:—El testamento está correcto, son los tataranietos.César también estaba confundido. ¿Qué intención tenía su abuelo con esto?La gente a su alrededor murmuraba:—¿Será Andi? El otro día el presidente siempre llevaba al niño a la empresa a jugar.Alguien asintió: —Sí, tiene toda la pinta de ser así.De la misma forma, la facción de Flavio también pensó en Andi. Miraron a Flavio, sugiriendo con la mirada.Flavio recordó y, con rabia, dijo en voz alta:—Solo los descendientes que hayan conocido a los ancianos y hayan recibido el reconocimiento oficial de la familia Balan pueden heredar.No hacía falta decir más, lo que implicaba que el hijo negado de César no había sido reconocido por la familia Balan, así que no tenía d
El teléfono en el bolsillo de su delantal vibró. Perla vio que era César y colgó sin pensarlo.El teléfono siguió vibrando, y ella seguía colgando. El ruido la ponía de los nervios, así que presionó el botón de apagado. Un mensaje apareció en la pantalla:—Si no contestas, voy a ir a buscarte ahora mismo.¿Me está amenazando?Al reiniciar y apagar, dos círculos aparecieron. Perla mantuvo su dedo sobre la pantalla, pensando en presionar el botón de apagado para silenciar las llamadas de César.Pero al pensar en cómo se portaba ese tipo, medio loco, se dio cuenta de que realmente podría ir a buscarla ahora mismo.Tomó el teléfono y fue a la escalera de seguridad para llamarlo.—Perla, yo... —César respondió por primera vez a una llamada que ella había hecho, con algo de emoción. Luego pensó que algo tan importante tal vez no debía decirse por teléfono.—¿Podrías pasar a recogerme después del trabajo? —dijo.Quería preguntarle en persona.—¡César no seas tan fastidioso! —respondió ella, f
César no quiso.—¿Y qué tal la cabeza de pollo?Volvió a decir que no.—¿No comes nada y vienes a ver cómo me lleno la boca?Al ver que ella se estaba enfureciendo, César rápidamente asintió.—Voy a probar algo, solo que es la primera vez como algo del estilo y no estoy muy acostumbrado. No te preocupes, seguro que con el tiempo me acabará gustando.Perla, al ver lo sincero que parecía, no le puso más obstáculos. Le dijo al camarero:—Ponen cinco brochetas de cada una de estas.Luego miró las cosas que había reservado previamente, añadió dos botellas de bebida y decidió que ya estaba bien.El camarero se llevó el menú. Perla desbloqueó su teléfono y estaba a punto de enviarle un mensaje a Álvaro para decirle que no regresaría a casa a cenar. Pero al levantar la vista, vio que César estaba limpiando la mesa con una servilleta.Limpiaba la mesa y luego comenzó a limpiar la silla.No estaba sucia, pero en un restaurante de parrilladas siempre queda algo de grasa. Perla, siendo una clienta
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con